Una tarde cualquiera de los setenta, decenas de jóvenes esperan ante la taquilla del cine Príncipe en Granada. Esa larga cola es una muestra viva de la estética dominante: chicas sin maquillar y pelo alborotado, chicos con melena, bigote o barba, vaqueros ajustados, jersey de cuello vuelto, botas y chaquetones de piel vuelta, y una fuerza arrolladora en sus miradas. En la cartelera, películas de los directores del cine de culto en aquel momento como Pier Paolo Pasolini, Luchino Visconti, Federico Fellini, Ingmar Bergman o Luis García Berlanga, entre otros. Títulos como La Caída de los Dioses, el Huevo de la Serpiente, la Grande Bouffe, Muerte en Venecia, Viridiana, Ostia, etc. atraían a ese público entregado, mientras el resto de salas de la ciudad estrenaban películas de destape “made in Spain”. Europa conjuraba así décadas de terror y sangre, y por fin alzaba el vuelo hacia un futuro prometedor tras dos guerras mundiales y una guerra fría que la habían asolado. La música acompañaba este renacer: los Beatles, los Rolling Stones, Pink Floyd o Cat Stvens, sonaban a todas horas entre la juventud. El cielo, por fin, lucía limpio de los buitres de cuello descarnado que le habían desgarrado sus entrañas. España, a la zaga, se había incorporado a esa carrera de progreso y paz, aunque en sus calles se mezclaba el sonido del flamenco, los boleros, esas bandas extranjeras de moda que cantaban en inglés, y el soniquete de la música de las primeras elecciones: “libertad, libertad, …” “habla pueblo habla…”. Esos films que se pasaban en el cine Príncipe cumplían la misión de enfrentarse a la historia del horror vivido, neutralizando el dolor y tratando de evitar su repetición: recordar para no olvidar, recordar para no tropezar de nuevo, adivinar cuál es el huevo de la serpiente y destruirlo antes de que eclosione. Sin embargo, los años jugaron su papel, la memoria se desvaneció, y sobre la cabeza de Europa sobrevuelan de nuevo los buitres, atraídos por el olor de la sangre que vuelve a cubrir la tierra, el riesgo de un conflicto bélico se cierne sobre ella y se adivina la serpiente que crece dentro del huevo que alberga en su seno. Europa vuelve a ser secuestrada por Zeus, y por sus fronteras entra un viento con el tufo nauseabundo de la guerra. Añoro la música de Pink Floyd y los Beatles, el cine Príncipe y sus películas, aquellos directores de cine inimitables, la fuerza arrolladora de la esperanza, y aquellas madrugadas de té, música y flexo, ante apuntes tomados a mano y libros de texto subrayados en varios colores. Me sobran los bravucones, los manipuladores, los nuevos Zeus que tratan de secuestrar nuestro futuro. Solo hay una cosa que nos puede salvar: hervir el huevo con la serpiente dentro, servírselo en bandeja a los señores de la guerra y hacernos vegetarianos.

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