Metafóricamente hablando

La guadaña cayó sobre otro cuerpo desvalido

Subió un poco el volumen de la radio, en ese momento hablaban de un tema importante en la tertulia matinal. Le parecía imposible que el tiempo pasase tan rápido para unas cosas y con tal lentitud en otras. Ya hacía dos años que había comenzado una guerra en el corazón de Europa, y aquellas imágenes que nos conmovían haciéndonos un nudo en la garganta, hoy apenas llamaban la atención. La vida seguía su curso sin que apenas nos inmutara el dolor ajeno que ya no se exhibía como antes, porque ahora la información estaba enfocada en otra parte del planeta: los palestinos morían a decenas cada día y era allí donde estaban hoy las cámaras. Ayer fue el corralito de Argentina donde la muerte se invisibilizaba dentro de cada hogar, cubriendo el hambre y la miseria a la que fue abocada su población con un tupido velo de intimidad, solo roto por algún suicida que se quitaba la vida en público a modo de protesta. Después llegó Venezuela, de nuevo el hambre y la pobreza generalizada en un país rico, que no podía o no quería garantizar la vida de sus ciudadanos con dignidad, y así una lista interminable de desgracias que se sucedían de un lado al otro del planeta sin esperanza de que algún día llegase a su fin. Mientras tanto el resto de agraciados por vivir en paz en un país de economía holgada, nos lapidábamos entre sí con la sana intención de sacarnos los ojos. Eso era exactamente lo que sentía escuchando a algunos tertulianos ignorantes y engreídos, periodistas sin escrúpulos y políticos indignos. Más lejos quedaba ya marzo de 2020, aquel fatídico mes en el que el mundo colapsó al unísono, y hubo que reinventarse de nuevo confinados como vivíamos en nuestros domicilios, con la esperanza de que todo quedase en un mal sueño. Aún me temblaban las manos cuando sonaba el teléfono, de hecho lo tenía permanentemente en silencio. Aquel día en que cogí una llamada que me heló la sangre quedaría grabado para siempre en mi memoria. La parca nos había tocado con su guadaña! Él fue uno de los primeros contagiados, me quedé muda ante el pavor de perderle, y mi hijo, intuyendo la noticia que acababa de recibir, me abrazó en silencio. Casi cuatro años ya, y aún me causa un furor la falta de escrúpulos de quienes hicieron fortuna sobre montañas de cadáveres. Conservo en mi mente con toda claridad las imágenes en las que unos países robaban en los propios aeropuertos los materiales de protección que habían comprado otros, armados con el único argumento de maletas repletas de dinero, mientras otras personas ponían en riesgo sus vidas por salvar las de otros, entre ellas la de él.

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