Tenía unos preciosos ojos verdes, tan bellos y profundos como los de Atenea. Sus padres, profesores de instituto y enamorados de la cultura helénica, le contaban que no tuvieron ninguna duda a la hora de decidir su nombre en cuanto vieron su mirada. Hoy estaba muy cansada, había sido un día agotador. Se puso cómoda, se sentó al piano y acarició sus teclas con delicadeza. Desde muy pequeña dio señales de una gran sensibilidad para la música, y tocaba el piano como los verdaderos ángeles. Cuando aprendió a leer, su curiosidad sin límites le condujo a leer la Odisea, y su decepción no tuvo paliativos: Penélope fue una mujer sin más historia que la de tejer y destejer de forma interminable durante veinte largos años, una existencia en espera de un esposo que la abandonó para vivir mil experiencias. Esa imagen de una mujer que envejeció encarcelada en un palacio por voluntad propia, le producía escalofríos, si hubiese querido parecerse a algún personaje de esa obra, sin ningún lugar a dudas habría elegido a Ulises. A partir de entonces solo se dedicó a estudiar y a forjar un futuro que la alejara de esa patética historia: “uno del derecho, dos del revés, uno del derecho, dos del revés…”. Se dirigió a la librería de madera en la que se mezclaban las obras literarias con los álbumes de fotos familiares, algunas ya amarillentas por el paso de los años. Fotos de bodas, bautizos y comuniones mostraban a mujeres y hombres arreglados y envarados, mirando al fotógrafo con una sonrisa forzada. Algunos álbumes contenían recortes de periódicos con noticias de toda índole, y algo hacía saltar las alarmas sin que pudiese determinar la causa. Era como uno de esos juegos de entretenimiento en los que hay que buscar las siete diferencias entre dos imágenes aparentemente iguales. Pronto comprendió qué era lo que chirriaba: no había mujeres en esas noticias importantes, las noticias “serias” las protagonizaban empresarios, escritores, políticos… las mujeres eran las reinas de las notas de sociedad. Era una representación de la sociedad tan parecido a la Odisea, que parecía imposible que hubiesen transcurrido casi tres mil años entre ellas. Orgullosa cogió su móvil, se envió a su correo la noticia del día en los diarios locales, la imprimió y colocó en el álbum la fotografía a cuyo pie decía lo siguiente: “hoy tomaron posesión en nuestra ciudad tres nuevas juezas...”, y a su lado ningún Ulises que las custodiara. La sacó de sus pensamientos la voz de su madre: Penélope, estas ya preparada?. Date prisa, en dos horas sale el vuelo para New York, y tenemos que llegar con tiempo al aeropuerto!. Voy enseguida, mamá. Dejó la toga en el armario, cogió su maleta, y salió susurrando: “Uno del derecho, dos del revés, uno del derecho dos del revés…”, Au revoir, Ulises!

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