Boldini en España

Boldini conformó el estilo y personalidad de sus efigiados, diseñó en gran medida el look de una época para la historia

En estos días se celebra en Madrid, producida por Mapfre, la primera exposición que reúne, por primera vez en España, un conjunto de obras del pintor ferrarés Giovanni Boldini, aquel que fue feliz y endiablado intérprete del París de la Belle Époque, de sus decadentes y mundanos personajes. Un artista siempre sugerente, diabólico y sofisticadísimo, amanerado en extremo, estilizador supremo hasta la trasgresión paroxística. La muestra defrauda a los siempre fascinados del universo boldiniano por diversos motivos. En primer lugar, hay una sobreabundancia de obras pertenecientes al segundo período del artista, el menos valioso y del que él mismo renegó después; aquel en el que, para alcanzar la fama y los dineros recién llegado a la capital del Sena, se hizo pintor fortuniano al uso y ejecutó tablitas de temáticas diciochescas -las "casacas"- para atender al mercado burgués internacional que copaban marchantes como Goupil. En segundo lugar, el primer periodo italiano, interesantísimo, está escasamente y mal representado. En tercer lugar, de su última, dilatada y más esplendorosa época, la que le convirtió en el retratista preferido de la alta sociedad parisina más extravagante, faltan una extensa nómina de obras fundamentales, como el retrato de Montesquieu, el de la Cassatti o el Pastel Blanco. Y en cuarto y último lugar, sobra en una primera exposición dedicada en nuestro país a este autor fundamental la contextualización con abundante exhibición de sus españoles contemporáneos, que quizá hubiera sido tema interesante para desarrollar en futuras muestras. Con todo, sólo por ver en directo el retrato de Whistler, el de su amigo caricaturista Sem o el de la bailarina Cléo de Mérode, merece la pena acercarse a Madrid y visitar la exposición. Palpita en ellos un mundo erótico tan personal, una ejecución tan magistral, fulgurante y arrebatada, y una deformación dibujística tan sugerente, que eleva a su autor al parnaso de los creadores más originales e inconfundibles de su tiempo. Boldini no retrató la decadencia objetiva de unos modelos excesivos, más bien los obligó a ser así de extravagantes si querían posarle, si querían entrar en su sofisticado mundo de perversión. Boldini conformó el estilo y personalidad de sus efigiados, diseñó en gran medida el look de una época para la historia. Su universo conformó a ese período, le dio poética propia, y no al revés. Ese es el sino de los grandes creadores visuales.

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