Cabeza cocida

Algunos sucesos horrendos llevan al humor macabro, como si así pudiera atenuarse el mayúsculo espanto

En prácticamente toda la segunda mitad del siglo pasado, el semanario de sucesos El Caso contó con grandes tiradas y muy numerosa acogida de lectores. Cierto es que lo escabroso y lo sórdido tienen un atractivo acaso un tanto primario o instintivo, y que las conductas desquiciadas o monstruosas también provocan las reacciones del horror, previo conocimiento detallado de los desafueros a que conducen. Todavía más, algunos sucesos de singular desarrollo llevan al humor macabro, como si así pudiera atenuarse el mayúsculo espanto de su resultado. Y en esas estamos con el crimen de Castro Urdiales, tras la aparición de una cabeza humana, tal vez cocida para aminorar la pestilencia de la descomposición, envuelta en los domésticos papeles de aluminio y plástico, dentro de una caja de regalos que su novia dejó a una amiga con la excusa de que se trataba de juguetes eróticos, de la pareja sexagenaria, que la mujer no quería que encontrara la Guardia Civil si acudía a un registro domiciliario, dado que había denunciado la desaparición de su novio, después que lo hiciera un hermano del infausto decapitado.

Así ocurrió a mediados de abril de este año, hasta que la amiga, ya por un olor sospechoso o por el pellizco de la curiosidad, en la madrugada del sábado pasado, deshizo la envoltura, abrió la caja y acabó conmocionada, en estado de choque y con necesidad de asistencia médica, cuando, esperando encontrar los utensilios sexuales que animaban la libido de su amiga, se horrorizó ante el cráneo de quien, evidentemente, no se había muerto de gusto -ya se ve que hace de las suyas el humor macabro-.

Las pesquisas de la Guardia Civil completarán el argumento de este horrendo crimen porque descuartizar un cuerpo humano no es faena sencilla. Pero algunos psicólogos forenses adelantan que, contra lo que podría pensarse, este crimen no parece resultado de la locura o la enajenación; si bien ello no atenúa otras desviaciones del comportamiento acaso más pavorosas por menos explicables. Llamada por su amiga, una vez recompuesta esta del sobresalto tras abrir la caja de sorpresa del sex shop, la mujer le respondió que acudiría solícita para dar quién sabe qué explicaciones. Aunque, pronto detenida, contó que alguien había dejado la cabeza en la puerta de su casa y ella decidió guardarla como recuerdo de su hombre. Junto a las cacharritos eróticos que le dieron vidilla, antes de perderla descuartizado.

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