A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Celia Viñas (y 3)

La alegría con que se entrega al trabajo impresiona aún más cuando reparamos en la austeridad con la que vive

Nos gustaría dar un último apunte sobre la Celia Viñas que aparece en las cartas a su familia, editadas por Francisco Galera y publicadas por la Diputación. Hemos señalado su capacidad para captar lo que había de positivo en aquella pequeña ciudad de los años cuarenta, en cada ser humano. Y la sorpresa que provocan sus avanzadas ideas sobre cómo relacionarse con los alumnos y cómo enseñar lengua y literatura.

Celia Viñas fue, sin duda, una mujer de múltiples facetas. Pero si tuviésemos que destacar un rasgo, ¿cuál sería? A mi marido le llama la atención el coraje y la habilidad personal para vencer los recelos de las autoridades y los prejuicios sobre la mujer. Pero a mí me impresiona más otra faceta. Hay que preguntarse por qué vino aquí pudiendo elegir otro destino. Lo hizo, y así nos lo indica, porque Almería no era una ciudad cara. Desde el primer momento la mitad de su sueldo lo destina a su familia. Hay otras hermanas y ellas deben tener también la oportunidad de ir a la universidad y de estudiar en Barcelona. La alegría con que se entrega al trabajo impresiona aún más cuando reparamos en la austeridad con la que vive. "No vivo para mí", se queja, a veces, mientras busca, incansable, nuevas formas de ayudar a su familia o a sus alumnos. En sus cartas nos cuenta cómo ajusta los gastos aunque necesita medias nuevas o reparar las suelas de sus zapatos. Le hubiera gustado doctorarse, pero resultaba imposible mientras sus hermanas dependieran económicamente de sus padres y estos pasasen apuros.

Cuando decida casarse, no puede extrañarnos que lo haga con un maestro con el que, en vez de pasear, se queda a estudiar y que da clases en una academia para costear la boda de su hermana. Lo tiene claro: debe ser una buena persona si se sacrifica así por su familia.

Se trata, sin duda, de otro mundo, de otra época. Con sus luces y sus sombras. Su muerte tan temprana conmovió a todos y aún impresiona ver las fotos del féretro llevado por sus antiguos alumnos en aquel mes de junio. El recuerdo perduró e hizo que el claustro solicitara dar su nombre al instituto que hoy lo lleva. No fue desde luego una petición injustificada. Conviene recordarlo -sobre todo en estos tiempos de talibanismo cultural- cuando pasamos por la puerta del Celia Viñas: la energía y muchos de los valores que nos trasmiten sus cartas siguen siendo hoy muy necesarios.

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