De reojo

JOSÉ maRÍA REQUENA COMPANY

Cero discriminación

Esa inicua normalidad es la que le confiere mayor dificultad para diagnosticar los derechos básicos violado

Hoy, 1 de marzo, es el Día de la Cero Discriminación (sic) contra mujeres y niñas en el mundo, para llamar la atención sobre una sutil y especialmente repudiable modalidad de desigualdad de género, no siempre perceptible, porque suele derivar de hábitos y tradiciones enraizadas, y por ende institucionalizadas, en casi todas las culturas. Acaso todas.

Y justamente esa inicua normalidad es la que le confiere mayor dificultad para diagnosticar los derechos básicos violados, porque el agravio cursa de forma silente, sin violencia.

De ahí que la Asamblea General de la ONU exhorte a todos los países a reexaminar las normas discriminatorias y a realizar cambios positivos que garanticen la igualación en su protección. Un propósito revisor que solo si se aplica a todos los ámbitos e instituciones de la sociedad, permitirá corregir esa triste realidad, aún global y vergonzante, de que la odiosa discriminación persista entreverada entre leyes, usos y costumbres cotidianas, ante la pasividad e indiferencia colectiva, ya que viene asumida, diría que incrustada, en nuestras relaciones sociales. Y esto hace que sean invisibles y que vayan a seguir siéndolo mientras no logremos, entre todos, calibrar la dimensión real del desafío de mirar con ojos desprejuiciados, y condenar, agravios latentes o groseros, que de todo hay, entre los marcos conceptuales que regulan la convivencia. Porque el derecho a no ser discriminada, no es una mera cortesía, sino que tiene carácter de derecho humano básico y, como tal, debe amparar desde al ama de casa, a las trabajadoras ya sean agrícola, industriales o de asistencia sexual, homo, hetero o transgénero.

Y no hay excusa ni ética, ni legal, ni religiosa, que justifique la discriminación, siquiera parcial, en la aplicación igualitaria de la ley, en el acceso a la educación, al trabajo o a la atención sanitaria, sin distinciones ni prebendas, en cualquier de sus manifestaciones, de palabra, obra o intención. Ni para dejar de garantizar la misma dignidad y tratamiento en los derechos sucesorios o patrimoniales de la mujer. Unas igualdades que resultan facilonas de invocar como principios pero que, hoy por hoy, resultan perfectibles en muchas de sus expresiones, no ya en el tercer mundo, sino aquí. O, ¿es que no se discrimina en España desde la propia Constitución, cuando en el régimen sucesorio de la monarquía, se prima al niño sobre la niña?

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