De Gobiernos e Ínsulas

gONZALO aLCOBA gUTIÉRREZ

Constitucionalistas

Hubo muchos españoles igualmente valientes, que defendieron la Constitución con su sangre o perdieron su empleo

No sé si les pasa, pero yo soy de esos que se resisten a regalar las palabras. Hay quien las cede sin oposición al primero que pasa; y soporta luego las normas de uso que impone el nuevo dueño. Yo no; y les reconozco que no es algo cómodo. El Diccionario de la RAE define el constitucionalismo como la ideología partidaria de un sistema político regulado por un texto constitucional; sin más.

Sin embargo, hay hoy sectores y grupos partidarios dispuestos a atribuirse este adjetivo. Para responder a ello, le cedo hoy este espacio a alguien a quien no conocí, pero que me es muy querido. Gabriel Quero, se llamaba. Era pescador. A los diecisiete años, el 18 de julio de 1936, se empeñaba como motorista en un pequeño pesquero almeriense; habían arribado al Puerto de Santa María cuando los feroces regulares de Franco tomaron la ciudad. Su hijo, el abuelo de las mías, cuenta que su padre y otros jabegotes se atrevían tímidamente a pasear por el muelle cuando presenciaron como una caterva de falangistas arrastraba a tres mujeres rapadas impregnadas en sus propias heces. Reían embriagados, inmersos en un aquelarre de ira.

Los pescadores, conscientes del peligro que corrían, aprovecharon un despiste del patrón en la oscura noche y, apagadas las linternas, huyeron bordeando la costa. El motor a baja potencia, atentos los marineros a la presencia de buques enemigos, llegaron a Almería unos días después. Gabriel se afilió al PCE, como tantos obreros que querían defender la República; combatió en el Jarama, entre otros sitios. Vivió para ser condenado a muerte o a una larga pena de prisión, eso no lo sabemos con certeza; sufrió una ejecución simulada junto a su amigo y compañero de suerte, Pepe Tesoro. Del fiscal militar de su "proceso" (sic), un señor muy conocido en Almería, al que apreciaba, jamás dijo mal alguno. Después de salvar la vida tantas veces, sufrió detenciones y alguna humillación, pero nunca hubo lugar para el odio en su corazón; así me lo cuentan fuentes muy fiables; y yo las creo.

Hubo muchas y muchos españoles igualmente valientes, que defendieron la Constitución con su sangre o perdieron su empleo, su posición, su hogar, la vida en su pueblo o el cuerpo de sus personas más queridas. Después, llegaron cuarenta años de negra ceniza y, aún después, una bruma amnésic que los envolvió. A todas ellas y todos ellos, por su eterna lucha por la libertad de España, vaya mi saludo agradecido.

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