Parecía más un santuario que la entrada de una casa que hasta seis días antes era lo más parecido a lo que se considera hogar. Las flores eran variadas. Casi todos monocromáticos. Los remitentes jugaban con ventaja. Sabían que no me gusta mezclar y de un solo color resulta más elegante. Cualquier extraño pensaría que era un funeral más que la celebración de una onomástica. Tampoco iban muy mal encaminados. Ni tan si quiera podía olerlas. Era tal la mucosidad generada por tanta lágrima que tenía las fosas nasales atoradas. Los ojos ensangrentados, no eran conscientes de la belleza que inundaba los rincones de las habitaciones. No teníamos jarrones para tantos. Mi madre contó cincuenta y dos. Tampoco podía apreciar en ese momento qué significaban esas rosas, esas galas, esos lilium tulipanes, hortensias y margaritas. Por poner algo de suerte en aquella fecha horribilis nadie mandó claveles. Una vez los recibí. Eso solo se manda a los muertos y yo estoy viva. Y quiero vivir no veintidós dobles, muchos más, todos. Hoy voy a olerlas, a observarlas y a sentir cada tarjeta, o el ramito de violetas que seguramente llegue sin ella. Sabré de quién es. Cumplirlos es importante pero celebrarlo depende de la compañía. No puedo estar mejor rodeada, aquí o lejos, estáis. Soplaré las velas alzando una copa doble: por la que faltó el pasado y por la que me merezco éste. Felicidades a vosotros por haber conseguido que pueda resurgir de las cenizas, por arrancarme de las entrañas de la locura, por evadirme de pensamientos intrusos, por enfadaros al negarme a entrar en razón, por colgarme el teléfono al delirar cual Quijote, por decime cien veces no y llamar otras cien veces más para seguir intentándolo. Gracias por guiarme a la luz. Las gafas de sol no sirven para ocultar ojeras y bolsas, quedan divinas para que el reflejo del sol ilumine aún más mi rostro aniñado. La brisa de esta mañana me ha hecho estrecharme para evitar el frío, en esa cruz pectoral he sentido como mi corazón reconstruido de pedacitos me gritaba. En ese abrazo lo he notado latiendo fuerte. He llegado a la Sierra. Las canteras están desiertas y allí en la cima me he sentido ubicada por primera vez en tanto tiempo. El hoyo profundo que genera la extracción del oro blanco lo he vislumbrado de lejos. Esa fosa no está para mujeres como yo. Sigo escalando.

Con R de Reina

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