Libertad Quijotesca
Irene Gálvez
La estela de Horemheb
¿ué has aprendido demasiado tarde en esta vida? le iba preguntando sin levantar la barbilla del rastro del dibujo de su sombra bordeando el asfalto. Que se pasa muy deprisa y ya llegué tarde. Titubeó ladeando la cabeza con resignación mientras se atragantaba con sus propios jugos gástricos. Retroalimentación en un bombardeo pregunta- respuesta, acción-reacción. Jaque. Hacía frío. Inusual ese helor acompañado de viento del este y lluvia gris, anunciando que venía lo que había de venir. El interrogatorio al que se autosometía frenó en seco. Como si paseara por Westminster, la nebulosa impedía ver con claridad el cambio de rumbo de la veleta. Pero no apareció nadie en paraguas desde el cielo portando un bolso de mano capaz de contener un espejo que le dijera constantemente la cercanía al grado de perfección. No había deshollinador saltando de azotea en azotea, pero si había cenizas. Rastros de ascuas secas, aniquiladas, consumidas. Tiznajos negros. Restos oscuros que sin embargo nunca mancharon sus palmas. Estaban limpias, impolutas. Como su alma y su conciencia. Aceleró el paso y su sombra corría más. No la dejaba. La perseguía. No cejaba en el intento de llevarla al recuerdo, al hastío, a la nada. Jadeante apenas pudo subir los peldaños de la entrada. El agua se aglutinaba en la boca del estómago. Sorbía sin descanso, quería beberla de un trago. Liquidó la botella de isotónico, recompuso sus niveles de minerales y azúcares. Apoyaba sus extremidades superiores sobre la encimera de Deckton oscuro, cuyas vetas le recordaban a la carrera de obstáculos que había tenido que sortear hasta llegar a ese momento. El cuerpo inmutable pegado al suelo. Su mente como una lavadora giraba en constante movimiento. El rictus tranquilo, comenzó a sonreír. Los ojos se achinaron y la comisura de los labios se arqueó. Las nubes jugaban a formar legos y formas. Parecía una B, de beso, de Barcelona.
La ciudad condal siempre le ha olido a bueno, a bonito, a baile. Sus piernas frágiles tiritabany se arqueaban al sonido de la letra que tarareaba bajito. Canturreaba la de Aute, no era casualidad. Astros alineados. Sola, descalza, con el vaso vacío, escuchaba su interior y sentía el estómago que se divertía retozando lanzando mensajes al que andaba por debajo del pecho bastante despistado. Soliviantado, ese corazón vendado comenzó a atender las señales innegables de lo que podía ocurrir. A veces, los pasos más firmes se dan temblando. Con R de Reina.
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