A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Elogio de la Navidad

Cada uno es libre de pensar como quiera y las personas que así valoran la Navidad pueden tener su parte de razón.

Amucha gente estas fiestas les parecen algo artificial, demasiado almibarado. No ven en ellas sino un esfuerzo por escenificar artificialmente una falsa euforia o una pretendida armonía familiar. Las Navidades serían un medio para disfrazar la realidad, y crear una fantasía adormecedora.

Cada uno es libre de pensar como quiera y las personas que así valoran la Navidad pueden tener su parte de razón. Pero la realidad dista mucho de ser unívoca, ofrece diversas caras. Y los que sienten en estas fechas una cierta alegría tienen también sus razones para vivirlas con renovada ilusión.

Para empezar, salir por unos días de la realidad estrecha y comportarnos de modo diferente, aunque sea por unas horas, tiene tanto de rutinario como de rebeldía. Cualquier aspiración muestra una doble faz. Por muy tradicionales que nos parezcan, las fantasías revelan una cierta insatisfacción. Nos hablan de un mundo distinto, de una aspiración que está ahí y nos empuja a alcanzarla. Don Alonso Quijano encuentra la energía necesaria para romper con su mundo gris en la aldea leyendo las aventuras inverosímiles de los libros de caballerías. Pocas cosas tan rutinarias o convencionales como aquellas películas de los 60 con Doris Day y Robert Hudson. Y, sin embargo, a uno le pellizca el estómago y le dan ganas de salir a la calle a protestar cuando los ve pasear por esos vagones, tomar una copa en el restaurante, charlar y ligar en la cafetería hace más de cincuenta años, y recuerda cómo son aun nuestros trenes en Almería.

No deberíamos despreciar el impulso que lleva estos días a reunirse, a anteponer una cena a cualquier otra obligación, a aminorar los rencores, a recordar nuestras creencias, a añorar a los padres que ya no están, a llamar a esos hermanos con los que nunca hablamos, a prestarle un poco más de atención a los pequeños y adornar con ellos un belén o un arbolito.

De cada una de esas acciones brota una fuerza escondida. Nos recuerdan que hay otro modo de vivir y de actuar. Celebrar la Navidad tiene algo de rebeldía frente a la prisa, la zafiedad o la brutalidad del entorno. Vivirla es también una forma de resistirse a esos continuos cambios sin sentido a los que nos arrastran las modas y los intereses económicos. Nos permite al menos pensar que algo se mantiene intacto mientras, con los años, parece que todo se desmorona a nuestro alrededor.

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