Nos guste o no, el mayor reto al que nos enfrentamos en Europa es el de la inmigración. La Europa de Hannah Arendt, de Simone Weil, de Stefan Zweig, de María Zambrano -todos ellos fueron refugiados, todos ellos tuvieron que hacer las maletas y huir a otro sitio- no puede dar la espalda a esos miles de inmigrantes que llegan a nuestras costas después de haberlo perdido todo. Pero tampoco podemos pecar de idealismo creyendo que es muy fácil acoger a todo el mundo que quiera venirse a vivir aquí. Conviene recordar que en el sur de Europa tenemos economías muy frágiles con grandes bolsas de desempleados y con millones de trabajadores condenados a ganar unos sueldos de miseria. Y conviene recordar que los recursos públicos son limitados, sobre todo en países que cuentan con una administración elefantiásica como la nuestra.
Y que nadie piense que el problema se solucionará algún día, porque eso no va a ocurrir. La presión demográfica de muchos países africanos (y asiáticos) es tal que no hay economía, por boyante que sea, que pueda absorber a una población que no para de crecer. Y eso sin contar las guerras civiles, las hambrunas, la sequía y el agotamiento de los recursos naturales. Hay países como Eritrea, por ejemplo, en los que nadie quiere vivir. Y lo mismo podría decirse de otros países africanos como Chad, Níger, Burundi o la República del Congo. Bangladesh, por su parte -un país asiático, pero del que salen miles de emigrantes que quieren venir a Europa-, tiene tal densidad de población que allí ya no cabe un alfiler. Cualquier persona que haya nacido en uno de esos países y posea un mínimo de iniciativa querrá huir como sea y no volver -si es que vuelve- hasta no haber mejorado sustancialmente de vida. Y para ello se enfrentará a todas las penalidades de la travesía del desierto y de los campamentos controlados por las mafias de traficantes humanos, y después a los riesgos de la azarosa travesía marítima hasta nuestras costas.
En estas condiciones, ¿estamos preparados para hacer frente a una oleada tras otra de inmigrantes? ¿Contamos con un sistema educativo que pueda incorporar a esos niños recién llegados, con clases preparadas para ellos, con profesorado especializado, con planes de estudio específicos? ¿Y tenemos viviendas, ayudas sociales, planes de integración? Dejo ahí la pregunta.
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