Utopías posibles

Optimismo crítico

Veo a diario cientos de personas jóvenes disfrutando, pasándoselo bien, a la vez que siendo responsables

La queja, el malestar y las malas noticias es uno de los signos de identidad de nuestro tiempo. El capitalismo mediático necesita personas patológicamente insatisfechas, personas que nunca estén del todo contentas con lo que tienen, que siempre quieran consumir más y más. Este consumo puede ser desde unas zapatillas deportivas hasta unas clases de idiomas, desde una aplicación móvil de pago hasta un servicio de sacar perros a pasear, para alquilar un apartamento o ver una serie en alguna plataforma de pago. Para que la rueda siga girando, el sistema nos necesita insatisfechos, queriendo siempre lo que no tenemos, admirando (o envidiando) lo del prójimo. Rara vez decimos que no necesitamos nada, que no querríamos tener o hacer nada. Quizá sea también una característica humana, claramente explotada por el mercado. Ligado a ello, la noticia es siempre que el hombre ha mordido al perro. La excepción, la cara más fea del ser humano, lo que rara vez ocurre, la minoría siempre ruidosa que no piensa en los demás… Veo a diario cientos de personas jóvenes disfrutando, pasándoselo bien, a la vez que siendo responsables, construyéndose poco a poco un futuro, cada cual a su ritmo y a su manera. Veo también decenas de profesionales que se dejan la piel, literalmente, para que lo anterior ocurra. Personas anónimas que nunca saldrán en los medios de comunicación, nunca recibirán premios ni reconocimientos, no atraerán los focos mediáticos. Familias que quieren lo mejor para sus hijos e hijas, sin excepción, aunque a criterio de otros lo hagan bien o mal. Personas, a veces con dificultades, que luchan por salir adelante.

Benedetti dijo que hay que «defender la alegría como una trinchera», y Cortázar añade que «es inconcebible una revolución que no desemboque en alegría». Tenemos que reivindicar el optimismo en la escuela y en nuestra vida cotidiana, aprender a valorar lo que tenemos, reconocer los éxitos, ser conscientes del enorme valor que tiene compartir tiempo con otras personas, jóvenes o adultas. Un optimismo que no es conformista ni ingenuo, que precisamente porque nace de la crítica, de que nos hemos reconocido en nuestras dificultades, tiene mucho más valor. Un optimismo al que a veces se le saltan las lágrimas si echa la vista atrás y se refuerza a sí mismo ante los problemas que vendrán. Un optimismo que sea un auténtico alimento para el alma, para seguir adelante.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios