Carta del Director/Luz de cobre

Cuando el PSOE le hace la campaña al PP

En el Partido Popular de la capital se frotan las manos. La crisis de la candidatura socialista al Ayuntamiento y la brecha abierta en la agrupación local de la capital ha sido el antibiótico perfecto para garantizarse, o casi, un triunfo más en las municipales del 28 de mayo. Nunca lo van a reconocer en público, ¡faltaría más!, pero lo cierto es que sus dirigentes se muestran felices al ver como el contrincante político, aquel que pudiera o pudiese tener alguna oportunidad de ganar las elecciones, se desangra de forma irremediable por el gerracivilismo en el que viven de forma permanente, siempre larvado, pero que ahora se ha expresado con contundencia.

La candidatura de Adriana Valverde, la que ha logrado imponerse a Indalecio Gutiérrez, secretario general a la postre de la agrupación local, por los acuerdos de última hora entre las distintas sensibilidades irreconciliables y ahora unidas contra el enemigo común, tiene por delante dos meses para ser capaz de convencer a sus militantes, a sus simpatizantes y a la ciudadanía en general que deben confiar en ellos para gobernar la ciudad los próximos cuatro años.

Sitúo en primer lugar a los militantes porque va a ser complejo, difícil, por no decir imposible, que quienes se han visto desplazados en la lista o directamente laminados vayan el 28 de mayo a votar y, claro está, tampoco trabajar en una campaña difícil y compleja. Aquí cobra toda su intensidad el grito de Pío Cabanillas de “al suelo, que vienen los nuestros”. Y es que parece que las traiciones se han inyectado en las últimas décadas en el ADN de los socialistas de la capital.

Las traiciones se han inyectado en las últimas décadas en el ADN de los socialistas de la provincia, con especial virulencia en la capital

Los militantes son el segundo elemento a tener en cuenta, como les decía, en este proceso. Tratar de convencerlos de que la brecha abierta entre los dirigentes no deja de ser una riña de niños, que se olvida en minutos para aunar fuerzas en torno a un enemigo político común, se me antoja un imposible. Las decepciones de las tribus progresistas han sido de tal calibre que la seducción que de forma serena ha llovido en los últimos años, como si fuera un chirimiri por parte de la derecha tranquila, ha acabado por convencer a muchos, si no de votarle, si de quedarse en casa para facilitar su victoria.

Y los ciudadanos de a pie, aquellos más o menos alejados del fragor de la batalla política, pero con sus ideas, que cada convocatoria electoral se acercan hasta las urnas para depositar su voto, son los que forman parte del ciclo del que tanto se habla y que de forma ponderada y siempre informados, llevan más de dos décadas dando la victoria elección tras elección al Partido Popular. Son quienes sitúan en una balanza lo bueno y lo malo de las opciones que les ponen sobre la mesa y optan, al margen de los cantos de sirena habituales, de las críticas o denuncias permanentes y, siempre conscientes de que entre la normalidad y la pelea política, se van a decantar por la serenidad.

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