A Son de Mar

Inmaculada Urán / Javier FornieLes

Palomares, enero, 1966

Las mentiras pesan siempre en la balanza mucho más que los pobres individuos

Fue hace muchos años, pero en los paisajes de la memoria, dentro de unos días, allá arriba, dos aviones gigantescos volverán de nuevo a chocar. Esta vez la tierra no temblará, ni el cielo se convertirá en una gigantesca bola de fuego, ni una lluvia de metales ardiendo caerá sobre la tierra, ni la gente correrá por las calles buscando a sus hijos para aguardar juntos lo que tenga que ocurrir. Ni los cuerpos carbonizados de los pilotos, ni la invasión, al anochecer, de hombres uniformados, de máquinas y de voces que hablaban otra lengua, ni los barcos de guerra agazapados en la costa nos darán tampoco un aviso de que no se trataba del fin del mundo, sino de algo, quizás, más extraño e incomprensible.

Cuando se recorre hoy la playa o nos adentramos por las calles de Palomares o de Villaricos en un día de sol, resulta difícil creer que buena parte de la provincia pudo desaparecer aquel día para siempre. Las fotos y las imágenes del ayer no encajan con lo que vemos; se respira la calma y apenas se reconoce alguna calleja con el nombre del maestro o con una fecha enigmática: 17 de enero. Parece todo más bien una leyenda, una historia entretenida para pasar un rato frente al televisor. Y así sería, probablemente, si algunos investigadores como José Herrera no hubieran recopilado los testimonios de quienes vivieron aquellos momentos, los engaños sistemáticos de las autoridades, las promesas sin cumplir, la incapacidad para resolver el problema medioambiental a veces con una simple capa de cemento.

Mientras nos tomamos un café en la plaza, es fácil pensar que hablamos de otros tiempos o de sucesos posibles solo en una dictadura como en Chernobyl. Probablemente, no recordamos lo que pasó después en Fukushima ni que las autoridades americanas mostraron en 1966 el mismo desprecio hacia el riesgo que corrían sus propios soldados mientras buscaban la bomba perdida. Prevenir el ataque enemigo, la guerra fría, mantener la economía, el turismo -las famosas prioridades de antes y de ahora, las mentiras y los intereses disfrazados de razones de estado- pesan siempre en la balanza mucho más que los pobres individuos aplastados por decisiones tomadas a cientos o miles de kilómetros. Esa es la lección moral y la advertencia que deberíamos tener siempre presentes a pesar o sin dejar de disfrutar de estos luminosos días de sol.

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