En el Museo del Prado casi todo te resulta conocido, familiar. Como Nueva York, ciudad que la conoces más por cine que la tuya propia. En nuestra primera pinacoteca, aquella que don Manuel Azaña dijo que “era más importante para España que la República y Monarquía juntas”, residen entre otras las singulares obras de El Greco –tal vez, fruto de su estrabismo- , el enorme trasero del caballo del Conde-Duque de Olivares o el mastín de Las Meninas. Muy familiar vemos “El jardín de las delicias”, del Bosco, la obra de más éxito del museo, con personas de todas las edades que se detienen en el tríptico, entre admirados y sorprendidos por la imaginación del genio que creó la obra hace más de cinco siglos. Con un tiempo medio de contemplación de 4 minutos y 8 segundos, según un estudio reciente.

La tabla está dividida de izquierda a derecha, Paraíso, Tierra e Infierno. Lejos de amilanarnos por los engendros que la habitan, nos pasamos más tiempo con la vista en el terrible Infierno, por delante de la gozosa tierra y del cursi Paraíso.

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