El Polo Sur

Que sentimos frío por un momento, no pasa nada, se abren las ventanas, pero no se sube la temperatura

Alguna vez fueron al polo? No, no me refiero a tomar cosas heladas, ni a un polo de limón o de naranja, sino a estar como un pingüino, tomando el café sobre un iceberg de impoluto y translúcido hielo. Pues solo hay que ir a un centro comercial, a una cafetería o a una sala de cine. Es paradójico, que en el momento de mayor concienciación sobre la destrucción del medio ambiente, en una atmósfera de defensa a ultranza del planeta, hasta los más combativos usen el aire acondicionado a 20 grados, y, de ser posible, a menor temperatura. Que sentimos frío por un momento, no pasa nada, se abren las ventanas, pero no se sube la temperatura. Los señores con camisa de manga larga, corbata y chaqueta, emocionados de elegancia rancia, como vendedores de enciclopedias, se enseñorean por las oficinas y establecimientos sin que se les mueva un pelo del bigote. Las señoras, más coquetas y amantes de las blusas sueltas, los escotes, las mangas cortas, etc…, no siempre aguantamos tan bien el frio glacial, y en ocasiones nos vemos obligadas a demandar que bajen el termostato y pongan la temperatura más alta, so pena de perecer escarchadas. Todo esto asombra, en un momento en que, desde los movimientos sociales, hasta los países más reacios, nos advierten de que el cambio climático avanza sin piedad y amenaza nuestro sistema de vida. Solo el ser humano es capaz de destruir su propio medio, y una siente la tentación de envidiar a otros animales: por su inteligencia y su capacidad de adaptación. El desierto que llegó hace años a esta tierra que otrora fuese un vergel, avanzará o no, dependiendo de la inteligencia de los "presuntos" hijos de los dioses, ricos en dádivas y escasos en dotes de supervivencia.

Ver extasiada una puesta de sol, o un amanecer, con un sol enrojecido tras los agaves de nuestra desértica costa, abrazada por la brisa suave del mar, con olor a algas, puede llegar a ser una vieja fotografía color sepia, que en un futuro no tan lejano, admiren nuestros hijos, desde una jaima instalada en un paisaje extinguido y abrasador como un mar de arena ardiente, sobre cuyas dunas se arrastren los reptiles adaptados.

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