Esta mañana se había levantado tarde, cuando abrió los ojos se dio cuenta de que los niños ya se habían ido al instituto. Saltó de la cama sin ganas, aún tenía sueño y se había levantado con desgana. Cuando se miró en el espejo, casi le da un desmayo, tenía unas ojeras que daban pasmo. Se acordó del bolero ese tan conocido, que decía: “reloj, no cuentes las horas….”. Hacía unos meses que había entrado en la década prodigiosa: los cuarenta! Todo el mundo le decía que era el momento de hacer balance, de tirar el lastre acumulado, y realizar sus sueños. Que fácil lo veían los demás! Ella cada vez tenía más tareas y menos fuerzas, y encima esto: unas canas desperdigadas entre su pelo negro azabache, unas patas de gallo anunciándose en torno a sus ojos asombrados, y unas ganas de gritar irreprimibles. Se preguntó cuando y como se había producido la transformación, porque ella no se había enterado, y para espantar su malhumor comenzó a cantar la letrilla, “reloj, no cuentes las horas…”. En ese momento, solo se le ocurrió pensar que el tiempo era un machista desconsiderado, que la abrazaba subrepticiamente, para ir estrangulándola sin compasión. Que cada quien tiene dentro un trocito del paraíso y un algo del averno, y según el que gane, hace que nuestro tiempo que sea más, o menos, soportable. Se acordó de una frase atribuida a Baudelaire, y se sintió plenamente identificada con ella: “Je crois que je serais bien, lá ou je ne suis pas.” Entre tantas tonterías como acudían a su cabeza, sin orden ni concierto, sonó el teléfono. Dios mío, quedé con mi padre hace una hora en la cafetería de la Universidad! Pues no va a resultar que la desconsiderada soy yo, se dijo con un asomo de culpa. Cuando llegó, allí estaba su padre: con una gran sonrisa, como siempre, a pesar de tener su pelo cano, su barba sin afeitar de dos días, su camisa de lino de un blanco inmaculado, y sus ganas de vivir intensamente, aunque su década prodigiosa estuviese ya a años luz de él. Viste ayer el debate en la tele?, le preguntó él de sopetón. Le contestó que sí, pero que le defraudaba el nivel de los oradores, los políticos demagogos y de baja estofa que soltaban exabruptos, o simplemente faltaban a la verdad, que echaba de menos el sentido común, un tono más conciliador, la bajada de tono en sus discursos…, en fin volver a la convivencia pacífica y al respeto que le deben a los ciudadanos. La miró detenidamente y vio en ella a su pequeña soñadora, se alegró de que los años no la hubiesen cambiado, y con su habitual sorna, le dijo: no te apures, todo a su debido tiempo. Ella sonrió y susurró entre dientes:”Reloj, detén tu camino…

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