Resistiendo

Andrés García Ibáñez

Retratos de tirano

GOYA pintó a Fernando VII en diez ocasiones. Las dos primeras, cuando el efigiado apenas contaba quince años, como heredero al trono en el retrato grupal de La Familia de Carlos IV. Tanto en el estudio por separado de su figura -conservado en el Metropolitan de Nueva York, como en el definitivo dentro del cuadro de la familia, el magistral pincel goyesco muestra ya a un personaje retorcido y malintencionado. Los dos siguientes fueron ejecutados en 1808, cuando tras el Motín de Aranjuez Fernando destrona su padre. Uno es ecuestre, imponente, encargado por la Academia de Bellas Artes y el otro, en busto, encargado por el Ayuntamiento de Talavera y que hoy figura en el Thyssen. Tras la derrota de Napoleón y la vuelta en 1814 de Fernando VII a España, Goya ejecuta -ese año y el siguiente- cinco retratos más por encargo de diversas instituciones, nunca directamente del rey, cuyo pintor favorito era Vicente López. Hay uno más y último, también de 1815, que se incluye en el monumental "Junta de las Filipinas", donde el rey preside -como juez temible- una siniestra reunión de comerciantes. Todas estas últimas efigies, inventadas por Goya pues el rey no posó para ninguna de ellas, son creaciones insuperables donde el artista representa a un ser demoníaco y grotesco. La osadía no tiene precedentes ni consecuentes en toda la historia del retrato áulico europeo; es un capítulo tan increíble, tan atrevido, que aún hoy no acertamos a comprender como la clientela aceptó semejantes creaciones como retratos "oficiales". Entre todos ellos, destaca por su ferocidad el que procede del Ministerio de la Gobernación y se exhibe en el Prado. En él tenemos la sensación de estar ante un espantapájaros vestido con el manto real de púrpura y armiño, levantando la mano derecha -representada como un amasijo de carne informe- que empuña el cetro, como si quisiera asustarnos. El personaje es esperpéntico, bajo y cabezón como un bufón de la corte, dentro de un manto que le queda enorme. La mirada que nos dirige de reojo destila tal recelo y odio que amedrenta. Goya ha usado una técnica informalista y brillante, especialmente en los oros del manto, extendidos brutalmente con una espátula cargada de amarillo y negro. La amenazante mirada que el rey nos dirige y su forma de empuñar el cetro nos avisan de que puede ejercer su poder absoluto contra nosotros y borrarnos del mapa si lo desea. Goya representa, antes que nadie en la historia, el pavoroso y certero retrato del fascista.

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