Reflejos

Francisco Bautista

Soldado, corsario, sacerdote e hidalgo

Fue D. Pedro Ordóñez de Cevallos (Jaén,1556) el primero en circunnavegar la Tierra partiendo desde Guayaquil.

Estudió en Jaén con un prestigioso gramático de la época, trasladándose a Sevilla para proseguir su formación académica. Con dieciséis años tuvo unos escarceos amorosos con una dama casada, lo cual le obligó a huir de su marido, alistándose en la Armada.

Luchó en el Norte de África, contra los piratas berberiscos y el turco, también en el Atlántico y Norte de Europa. Recorrió las costa europeas y africanas, e incluso visitó Jerusalén. Tras su periodo de milicia, y marinero, se trasladó a las Indias en busca de riqueza y un mejor futuro. En esas tierras formó parte del grupo que iba a buscar El Dorado, pero unas desavenencias con el gobernador de Santa Marta hizo que huyera en una balsa de troncos, por el río Magdalena, para poder salvar su vida.

Más adelante aparece sirviendo al Obispo de Quito. Es tal la diligencia y fidelidad mostrada, que éste le confía entregar en España una suma inmensa de dinero. Para ello elige D. Pedro la ruta del Pacífico, adquiriendo un bergantín, reclutando marinería, capitán y piloto experimentados, aparte de un grupo de soldados. Cruzó el Pacífico llegando a Macao, desde allí navegó hasta Nagasaki y las costas chinas. Observó las inmensas riquezas con las que comerciaban, por lo que en su ruta hacia Filipinas asaltó algunos juncos comerciales chinos, haciéndose con un inmenso botín. Después viajó a Siam, conocedor que estaba en guerra con China, ofreciendo sus servicios. Participó en una expedición de ataque contra los navíos chinos. Fueron grandes los honores, y riquezas recibidas por el rey de Siam. Tras un paso fugaz por las Filipinas. Sumatra, las islas Nicobar y la India, fue retenido por una nave portuguesa, logrando D. Pedro comprar su liberación, llegando finalmente a Madrid, para cumplir su encargo. Desde la península vuelve de nuevo hacia América, tomando los hábitos en Bogotá, antes de volver a Quito. Ya cansado, y rico, decidió retornar a su Jaén natal, donde pasó sus últimos días, siendo nombrado deán de la catedral de Astorga, escribiendo sus aventuras, libros que fueron muy leídos, y traducidos al francés, en su época. Esos años los pasó entre Jaén y sus visitas a Madrid. Murió en 1636.

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