El 11 de septiembre de 1709 se libró la batalla de Malplaquet (Francia), en el marco de nuestra guerra de sucesión. Tropas francesas fueron vencidas por las de la alianza compuesta por Austria, Inglaterra y Holanda, al mando del Duque de Marlborough y el Príncipe Eugenio de Saboya. A pesar de la victoria de la alianza, estos perdieron 25 000 hombres, lo que impidió que pudieran continuar con la campaña militar. Estas muertes, junto con las francesas, que sufrieron 11.000 bajas, hicieron de Malplaquet una de las batallas más sangrientas de nuestra guerra de sucesión.

Después de esta batalla, corrió entre las filas francesas el rumor de que en la misma había muerto el Duque de Marlborough. Sin embargo, la noticia era falsa. De los labios de los soldados (a modo de celebración) nació una alegre canción de marcha. Esta se convirtió muy pronto en una melodía popular que los niños siguieron cantando, pasando de generación en generación. Una canción a la que se le llamó "Marlbrough s'en va-t-en guerre" (Marlbrough va a la guerra), que pronto llegó a nuestra Nación, donde ante la dificultad de los niños para pronunciar "Marlborough", le comenzaron a decir "Mambrú".

"Mambrú se fue a la guerra que dolor qué dolor, qué dolor, qué pena, Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá DO-RE-MI- DO- RE- FA, no sé cuándo vendrá"

Parafraseando el título de esta canción infantil, con relación a la guerra ruso-ucraniana, los rusos bien podrían cantar "Zelensky va a la guerra". Como en la historia de Marlborough, ya hubieran querido estos que Zelensky hubiera desaparecido en los primeros compases de la guerra, se hubiera desvanecido.

La nación con más territorio del mundo, una de las potencias nucleares, con uno de los Ejércitos más importantes, con su líder Putin a la cabeza, lanza una "operación militar especial" en Ucrania. Sin declaración formal de guerra, como antaño, pero haciendo ostentación de acumulación de fuerzas en las fronteras, en las vías de comunicación que desde territorio ruso se dirigen a Kiev y Jarkov, monitorizadas en todo momento por los satélites occidentales. Frente a los rusos, Ucrania, una nación que voluntariamente se desnuclearizó en 1991, entregándoles a estos, sus enemigos de hoy, sus cabezas nucleares, con un territorio algo mayor que el nuestro y un Ejército de nivel medio, formado con procedimientos de la era soviética.

Pero los ucranianos, con el apoyo estadounidense y británico, y en menor medida europeo, están demostrando la inoperancia de un ejército ruso que nunca ha logrado crear una burbuja que aísle a Ucrania del exterior, ni siquiera la supremacía aérea. Debe ser frustrante que ataques al adversario, y su líder se dirija al mundo por videoconferencia desde su sede de Gobierno en la capital de su nación, con tus fuerzas a escasos kilómetros, sin ser capaces de neutralizarlo. No digo ya eliminarlo, sólo evitar el contacto exterior, aislarlo, sin posibilidad de ejercer el mando.

Con unas ciudades - objetivo muy cerca de sus fronteras, con una población supuestamente prorrusa en estas áreas fronterizas. Un ejército que no parece capaz de llevar a cabo operaciones en profundidad, y que sus grandes objetivos estratégicos van camino de quedar reducidos a la anexión del Donbass, ya controlada en una parte importante desde 2014 por los insurgentes prorrusos.

Que cuentan con todo a su favor: una mayor capacidad de generación de fuerzas, autonomía de recursos, control de la principal vía de la economía ucraniana (el rio Dnieper) y su salida al Mar Negro, con unas bases logísticas en profundidad fuera del alcance de los ucranianos, y estos con todo su territorio al alcance de las armas rusas.

El tiempo corre a favor de los rusos mientras estos mantengan su capacidad para asumir las elevadas bajas que les están infringiendo los ucranianos, y sean capaces de jugar sus bazas internacionales (la presión nuclear, gas y petróleo, control del grano ucraniano, china, su expansión en África…).

A un año de la invasión, Ucrania conserva su soberanía como Estado, aún con la pérdida de parte de su territorio nacional, y Rusia no ha conseguido someterla, pero si neutralizarla en sus pretensiones aliancistas, convirtiéndola en una nación subsidiada de occidente. Rusia y Ucrania son la realidad de una Europa que se desangra, convertida en un peón más en el tablero de la geoestrategia de las dos grandes potencias: China y Estados Unidos.

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