Comunicación (im)perinente

Francisco García Marcos

El balcón de Quim Torra

Aquella sentencia que se desprendía sedosa y suave del cielo lo convertía en el último president mártir de la Generalitat

Quim Torra abandonó un momento el despacho oficial, solitario y en silencio. Se acercó con sigilo hasta el balcón de la Plaça de Sant Jaume para observar expectante el cielo. Todavía no caía. Volvió sobre sus pasos, confuso e inquieto. No fue capaz de disimular nada, aunque fingiera leer con despreocupación unos papeles que tenía sobre la mesa. Estaba intranquilo. Al fin se abrió la puerta. Asomó una cabeza que le anunció compungidamente que ya era oficial: había sido inhabilitado. Suspiró. Deslizó una mirada henchida que terminó por iluminar toda la estancia. Se levantó de improviso y salió apresurado hacia la cristalera, lamentándose de haberse olvidado. El espectáculo era maravilloso. Después de miles de años, el cielo volvía a desprender maná reparador y gratificante, maná transparente, pero brillante, en forma de palabra, maná destinado esta vez solo a un ser humano, él, Quim Torra. Aquella sentencia que se desprendía sedosa y suave del cielo lo convertía en el último president mártir de la Generalitat. A medida que el maná comunicativo fuese posándose, cubriendo Cataluña entera como si fuese un nuevo estrato superpuesto, de todo lo demás no quedaría ni rastro. Se diluiría el recuerdo de sus escritos xenófobos, sus apologías de los fascistas catalanes del primer tercio del siglo XX, la coyuntura tragicómica que lo llevó al cargo, su ineptitud política que terminó por dividir el movimiento independentista, su torpeza con el gobierno central, su pésima educación institucional, rayana en la chabacanería. Todo pasaba a convertirse en pecado venial ante la magnitud del agravio. Ya sí, era el último miembro de un linaje que lo emparentaba con Puigdemont, Companys, el mismísimo Casanoves. Era el momento. Haría una breve y solemne declaración institucional, para emitir la última jaculatoria contra las instituciones centrales, como quien deja un legado simbólico para los restos. Después, abriría aquel balcón, convertido en Nuevo Muro de las Lamentaciones, para entregarse a su pueblo en un martirologio redentor. Transformado en ser beatífico, días más tarde emitirá un sentido mensaje de solidaridad con el pueblo de Madrid azotado por la pandemia, mientras paseará relajado y distendido, caminando sobre las aguas del puerto de Barcelona.

Decididamente, en lo tocante a la comunicación y a gestionar la opinión de masas, el independentismo está propinando una goleada escandalosa al gobierno central, más allá del color de este último.

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