Una carantoña de munición

Nunca un artista como Francisco de Goya ha despreciado tanto a su clientela

El 1805, el director de la Real Academia de la Historia, José de Vargas Ponce, tras decidir encargar su retrato a Francisco de Goya con destino a la citada institución, se dirigía por carta al historiador Ceán Bermúdez, amigo de ambos, en estos términos. "Quiero que mi retrato lo haga Goya, a quien se le ha propuesto y ha venido a ello graciosamente. Pero quiero también y le suplico le ponga una cartita diciéndole quien soy y nuestras relaciones comunes, para que esta tinaja quede colmada en la Academia, y no sea una carantoña de munición, sino como él lo hace cuando quiere". De las palabras de Vargas Ponce parece deducirse que Goya no retrataba a todos sus modelos por igual. Dependiendo de su simpatía hacia el personaje o el mayor o menor interés que le suscitara, el parto pictórico podía ofrecer resultados ciertamente dispares, tanto en penetración psicológica como de excelencia técnica. Tras la muerte de Mengs, Goya fue el retratista más aclamado en España. Sus retratos se exhibían con frecuencia en la Academia de San Fernando y suscitaban, por lo general, encendidos elogios de parte del resto de profesores y del público. También conocían todos su carácter irascible y su incapacidad de ocultar sus sentimientos hacia el personaje retratado. De alguna forma, Goya emitía veredicto de naturaleza ética -o al menos poético-emocional- sobre sus modelos, y eso se apreciaba a simple vista en sus retratos. Su pincel era temible; su virtuosismo estaba siempre al servicio de un arte sumamente visceral y emocionante, capaz de desvelar la esencia del ser, por hablar en términos heideggerianos. Goya podía esmerarse y deleitarse en las facciones y atuendos de un personaje, penetrar sabiamente su alma, o despacharlo con unos cuantos brochazos violentos -una carantoña de munición- si la persona no era de su agrado o el encargo le resultaba aburrido y lo consideraba tan sólo como el medio para ganar unos cuantos miles de reales. Pero incluso en estos casos de desparpajo expeditivo, palpita íntegro su genio descomunal. El desdén que siente por el personaje se hace también materia de excelencia artística por la determinación en no dedicarle más de lo que merece. Surge entonces el Goya cruel y brusco, con su proverbial mala leche, tan española, elevada aquí a las alturas pictóricas más desinhibidas y turbadoras. Véanse, en este sentido, algunos retratos de Fernando VII y otros posteriores a la Guerra de la Independencia. Nunca un artista ha despreciado tanto a su clientela.

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