A Son de Mar

Inmaculada Urán

El cunero y la desmemoria

Luego está que la provincia, si la miramos de cerca y no desde el avión, se vuelve cada vez más diversa, más compleja

La presencia en las listas electorales de los cuneros -los candidatos que no han vivido aquí o que apenas tienen vínculos con la provincia- enciende siempre la polémica. Otro día hablaré en serio de estas prácticas y de las responsabilidades que cada uno tenemos. Pero hoy me apetece más observar la cuestión con humor.

Ser cunero tiene sus riesgos. Supone adentrarse en un campo minado en el que cualquier desliz puede ser fatal. Las personas intentamos reparar las heridas que el tiempo provoca y mantenemos viva en la memoria una ciudad que nada tiene que ver con el Google Maps. Seguimos yendo al Pryca o citándonos en el cine Imperial. Y mi marido, si no lo vigilo, es capaz de quedar aún en el cine Liszt o en el Paseo a la altura de Briséis. Esta defensa numantina contra el tiempo forma parte de las señas de identidad de una ciudad, pero provoca continuas zozobras en el cunero. Me imagino al general de Podemos llamando a la sede en las últimas elecciones para preguntar dónde queda eso de Simago y recibiendo una aclaración precisa: "Chico, no tiene pérdida: justo enfrente de Marín Rosa." Y veo al pobre Julio suspirando con la triste premonición de que algo no va a salir bien. Luego está que la provincia, si la miramos de cerca y no desde el avión, se vuelve cada vez más diversa, más compleja. El Ejido o Roquetas tienen una densa memoria e intereses muy diferentes a los de Albox o Huércal Overa, y difíciles de conocer en un finde. Aclaro para los muy cuneros: Huércal Overa es una ciudad, no significa escoger entre Huércal o Vera.

Son muchos matices, y con las prisas y tanto ir y venir, es normal que nuestros cuneros se confundan y actúen de forma extraña. No será la primera vez que hacen unos túneles para el AVE y que luego los cierran. O que se despisten con tanto lío y prometan unas inversiones que terminan en otras provincias. Los imagino cada domingo sentados en el aeropuerto -lo de no coger el tren, eso sí lo aprenden en seguida-, agotados por la tensión de no equivocarse. Uso "los" porque no recuerdo que haya muchas cuneras por Almería. La razón de esta brecha de género, la verdad, se me escapa y tengo que preguntarle a Rafael Quirosa. Pero a lo que iba. Me los imagino, aflojándose el nudo de la corbata y, a falta de conocidos, hablando en el aeropuerto por el móvil con sus señoras: "Cari, qué ganas tengo de llegar, ni te imaginas cómo son por aquí abajo".

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