La infancia es ese tiempo maravilloso en el que los seres humanos tenemos por costumbre ser ingeniosos, imaginativos y desprendemos cariño hacia las personas que nos rodean. La casa, el colegio, las primeras amistades y sobre todo la familia conforman todo nuestro universo. Rondando los 12 años, se van produciendo toda una serie de cambios que hacen que entremos primero en la "pre" y luego en la adolescencia. Ya saben, esa época supuestamente terrible donde las hormonas no te dejan pensar, el espíritu de algún terrorista se apodera de ti y pasas de ser ese niño o niña adorable a ser el causante de todos los males. Es la etapa educativa más complicada, donde se dan los problemas de convivencia, el fracaso, el abandono… Si se sospecha de que alguien incumple las normas (del tipo que sea) es sobre todo de los adolescentes. Sin embargo, toda la humanidad ha pasado por esa edad y todo sigue funcionando más o menos bien. O igual de mal que siempre, según se mire.

Para que se produzca un cambio sustancial y real en la manera en que percibimos esta etapa, un cambio que se traduzca en diferentes maneras de relacionarnos, entendernos y educarnos, es imprescindible que cambiemos la mirada sobre la adolescencia. La propia palabra "adolescencia" tiene un fuerte componente despectivo. Etimológicamente significa "joven" y "crecer", pero comparte la raiz "adolescere", emparentada con "adolecer". Para el diccionario, esta palabra está relacionada con dolencias, enfermedades, defectos e incluso con compadecerse.

Cualquiera que tenga contacto directo y continuo con estas edades sabe que te pueden poner contra las cuerdas y que lo hacen habitualmente, sobre todo de manera dialéctica… Pero yo me pregunto, ¿eso es malo, en sí mismo? ¿o más bien todo lo contrario?. El cuestionamiento de la autoridad, de lo establecido, de lo posible y lo imposible, la manera de relacionarse (ya no solo con su familia) o su profundo sentido de la justicia y la injusticia hacen que sea una edad maravillosa para que la propia población adulta renunciemos a ciertos prejuicios y seamos capaces también de cuestionar, reflexionar y construir junto a ellas y ellos. No nos engañemos: los adultos no somos mejores. El lenguaje y la manera en que expresamos la realidad llegan a dar forma a la propia realidad. Por eso en vez de hablar de adolescencia, propongo hablar de la edad del despertar.

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