El hijo de Fortuny

Se cumplen 150 años de su nacimiento y su figura ha suscitado un inusitado interés institucional

En 1871 nació en Granada el segundo vástago de Mariano Fortuny y Cecilia de Madrazo. Él uno de los pintores europeos más aclamados del momento -pese a su corta edad- y ella la hija del todopoderoso Federico de Madrazo, el retratista español más importante del XIX y director del museo del Prado. Mariano Fortuny y Madrazo apenas pudo recibir en vida las lecciones de su padre, pues éste murió con 36 años, cuando él apenas tenía tres. Su madre vendió todos los cuadros de su marido cuatro meses después de su fallecimiento, en una subasta organizada en París en 1875, donde algunos de ellos alcanzaron precios desorbitados. Cecilia se quedó en París con sus dos hijos y en 1888 se mudó a Venecia con ellos, residiendo en el palacio Martinengo. Allí descubrió Mariano hijo, poco a poco, la colección de telas suntuosas de su madre y así se forjó su espíritu de sastre. Tuvo otros intereses, como la pintura, el diseño y la escenografía, pero fue en el mundo de la moda donde tuvo sus máximas aportaciones. Desde 1906 creó su propio taller textil en el Palacio Pesaro de Venecia -hoy museo Fortuny- y en 1911 se hizo empresario al constituir la sociedad Fortuny. Especial éxito internacional tuvo su vestido Delphos, que revivía las túnicas grecorromanas con un especial plegado realizado mecánicamente. Ahora se cumplen 150 años de su nacimiento y -que novedad- su figura ha suscitado un inusitado interés institucional. En Madrid y Granada quieren celebrarlo a lo grande con varias exposiciones que pretenden presentarlo como un gran creador, magnífico y sobresaliente en todas las disciplinas que tocó. Y nada más lejos de la realidad. Nadie restará a Fortuny Madrazo su importancia en el ámbito de la moda en la primera mitad del siglo XX, pues sus aportaciones, muchas veces novedosas y hasta transgresoras, vistieron a las damas más refinadas de su época; tienen un reconocimiento unánime y como tal han sido objeto de varias exposiciones recientes y se les dedica un apartado especial en el Museo del Traje de Madrid. Pero como pintor, por ejemplo, fue ciertamente muy mediocre la mayoría de las veces. Se movió entre un realismo decimonónico convencional y formulario, de escasa capacidad técnica y estética -sobre todo si se le compara con la grandeza de su padre-, y un simbolismo cursi y decadente en sus interpretaciones de los personajes y operas wagnerianas. Y parecido puede afirmarse de otras aficiones suyas como la fotografía. La actual fiebre por su figura como gran creador multifacético, por tanto, peca de excesiva

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