La inmaterialidad fotográfica

Se programan, una y otra vez, exposiciones de pintura de los antiguos maestros y nunca cansan las mismas obras

H ASTA los más grandes fotógrafos, incluyendo los que llevan décadas fallecidos, necesitan una permanente divulgación de sus obras, entendida como la necesidad de mostrar periódicamente obras inéditas, material no conocido por expertos y público aficionado para mantener vigente el asombro, la capacidad de deslumbrar. La repetición, una y otra vez, de las mismas imágenes de los mismos autores, aburre y desencanta al espectador común de la fotografía artística; necesita descubrir nuevas imágenes de sus ídolos para mantener encendida la chispa de la admiración, nutrirse para afianzarse en su creencia de lo inagotable del artista. Sucede siempre en el ámbito de la fotografía, incluyendo la histórica, pero casi nunca en la pintura y la escultura. El motivo reside, probablemente, en la inmaterialidad de la obra fotográfica, en su ausencia de "cuerpo" en tanto que objeto físico, en su carácter -qué duda cabe- de arte bidimensional puro, radicalmente plano, con ausencia absoluta de "relieve". En la pintura, las texturas de la superficie, la piel matérica que la conforma como resultado de un proceso manual-artesanal-vivencial, son determinantes en su capacidad de emocionar y seducir al espectador; la grosura o ligereza de su capa pictórica, la fuerza expresiva del propio soporte y su diálogo con la materia que lo cubre son claves en la comunicación poética que establece con el contemplador. Y habría que añadir que un cuadro o una escultura son siempre un objeto, un volumen tridimensional, y por lo general único. Una fotografía es un papel emulsionado o impreso, una imagen que, visualmente, puede consumirse en un libro, una pantalla, o enmarcada con o sin cristal para ser colgada en una pared. Y puede ser reproducida conservando todas las características de original -como sucede en la música- hasta el infinito. Por todo ello se programan, una y otra vez, exposiciones de pintura de los antiguos maestros y nunca cansan las mismas obras; siempre hay que volver a ellas, a sus rastros humanos sobre el soporte que tanto nos emocionan. Los grandes fotógrafos necesitan imágenes inéditas para arrastrar a su público de siempre. En este sentido, Pérez Siquier daba una importancia decisiva a los libros como forma de presentar nuevas obras, en detrimento de las exposiciones, que tan poco le importaban. Y como colofón, constatar que la inmaterialidad de la fotografía, para los amantes de las teorías teleológicas aplicadas al arte, ha encontrado en lo digital las cualidades de un soporte idóneo, definitivo.

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