El inventario de 1812

En todos ellos la técnica de Goya -sea con pincel o espátula de caña- se muestra inconfundible a simple vista

Tras la muerte de su esposa en 1812, Goya y su hijo Xavier hicieron inventario de los bienes -muebles, joyas, cuadros y dinero- que estaban en su casa de la calle Valverde. Los cuadros pasaron a ser propiedad del hijo en ese momento, quien con pintura blanca los marcó con la inicial X seguida del número con el que cada uno de ellos -o grupos de ellos- figuraban en el inventario. El descubrimiento por Sánchez Cantón en los años 40 del documento original del inventario sirvió para identificar y autentificar numerosas obras de Goya ejecutadas en esos años de la Guerra, anteriores y posteriores. Algunos de esos cuadros habían perdido la marca, pero otros la conservaban. No han aparecido la totalidad de los cuadros que figuran en el inventario, pero esas marcas -consideradas auténticas unánimemente- son una garantía infalible. Todos los especialistas así lo han reconocido siempre y la marca X fue marchamo de autenticidad hasta que Juliet Wilson empezó a dudar de la calidad de algunas de las obras marcadas, considerándolas indignas del pincel goyesco. Lleva décadas intentando luchar contra la evidencia documental y para conseguir descatalogar los cuadros ha inventado las más disparatadas teorías; la última -sin la menor prueba- postula la existencia de un taller con colaboradores que copian y versionan a Goya sus obras de capricho. Son doce los cuadros -de los que aparecen en el inventario de 1812- cuestionados por Wilson y sus discípulas: El Coloso del Prado (X18); el grupo X9 que incluye las dos Escenas de Violaciones del museo de Frankfurt, el Interior de Prisión del Monasterio de Guadalupe, el Fraile ahorcado del Art Institute de Chicago y el Auto de Fe del museo de Oslo; el grupo X1 que incluye la Procesión de la Bührle de Zurich, su pareja la Corrida en Plaza partida del Metropolitan y La Cucaña del museo de Berlín; y los tres cuadros X28 que están en el museo de Buenos Aires, El Incendio, El Asalto y el Baile. Los doce son obras extraordinarias del Goya más avanzado y personal, de una elevadísima calidad, y no hay motivo para dudar de su autenticidad. En todos ellos la técnica de Goya -sea con pincel o espátula de caña- se muestra inconfundible a simple vista y coincidente con otras obras del mismo período, incluyendo algunas de encargo como el Retrato Ecuestre de Palafox o Los Fusilamientos. Sólo un experto espurio, ignorante supino en la simple inspección ocular de una obra de Goya, podría dudar de ellas.

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