La lengua rota, La Bella Varsovia, 2019, último poemario del poeta Raúl Quinto, es un dictado de conciencia, un libro de raza, un poemario austero de condolencias y firme en su inquebrantable voluntad de ser honesto con el propio ser. No traicionarse. Ser fiel a los principios y a los valores que debe sustentar todo discurso poético que se precie, donde el poeta y el lector se dejan la piel: "Camina varios metros cogido de la mano amputada de su madre hasta desplomar su pequeño cuerpo roto sobre la diagonal de la carretera", el poeta dixit. La lengua rota, de Raúl Quinto, es un memorandum poético donde el autor pone de manifiesto, no solo la necesidad de volver a renombrar y reconstruir el lenguaje a través de la palabra, sino que en él se encierra la memoria de un pueblo y, por lo tanto, su dignidad. Quizás, de ahí, la responsabilidad de dar fe de todo aquello que sucede, pues en ello se nos va la vida: "…La carretera es una fosa común y hay que avanzar/entre los muertos/sobre los muertos/desde los muertos/avanzar con la muerte/y a pesar de la muerte/y siempre hacia adelante, por si la vida". Al igual que la historia encumbra las grandes gestas de las naciones por medio de la palabra, la honradez de los pueblos se talla desde las grandes gestas que levantan sus ciudadanos. La lucha sin cuartel que establecen para defender sus derechos y sus libertades. La pugna fratricida por un trozo de pan y de justicia. Todos sabemos la importancia de la palabra. De la memoria como herramienta y arma ante la injusticia y el olvido. Raúl Quinto lo sabe y escribe: "…la luz tampoco/tiene ojos ni boca, /pero mantiene en pie/todo aquello que vemos". Las grandes ciudades y los grandes imperios se forjan mediante la guerra y la destrucción.

Las grandes gestas que se suceden inadvertidas a pie de calle, pueden destruir y arrasar, incluso, a los grandes regímenes: "Nos ilumina ese temblor", Raúl Quinto escribe. Desde una pintada sin terminar en un muro -Javier Verdejo entre las sienes-, donde el muro hendido por el orificio de una bala es el recuerdo de una generación y de la historia de un pueblo "como agujeros/por los que brota la luz salina/de las linternas", hasta el recuerdo de Francisco José Lema Bretón, con la sangre al cuello, que "una vez dentro/la puerta no se abre", son los vestigios, los restos latentes de una sociedad que ha perdido el valor y el sentido de la palabra. Del hecho en potencia que debe terminar en hecho en acto: "Hay una grieta aquí/partiendo las palabras/pintadas sobre el muro./Una infección". Y la integridad de los pueblos no se edifica a partir de lo local, sino también es necesario que coexista con todas aquellas formas y modos que han seguido defendiendo, con carácter global, los valores fundamentales del ser humano en otras naciones, en otros territorios, en otras regiones: "Sangre y sudor sin nombre,/sin gravedad. Cayendo", Aury Sará Marrugo, en la retina. Coexistir, como dije con anterioridad, convivir, cohabitar, residir, combatir por una misma causa: "…tejer un cuerpo nuevo/con los cuerpos perdidos y encontrados/tras el incendio. A la memoria de Salwa Bugaighis.

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