Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Un mal siglo

El siglo XXI va por mal camino. Parece como si se le hubiera puesto la reversa al motor de la historia

El siglo XX tuvo una primera mitad para olvidarla. Dos guerras mundiales que provocaron decenas de millones de muertos y centenares de millones de víctimas del hambre y del sufrimiento, dictaduras sangrientas como las de Hitler y Stalin con ansias genocidas y un sadismo que superó las peores cotas que la mente humana podía imaginar, un colonialismo de rapiña que pasaba por encima de la dignidad de las personas… Se podrían enumerar decenas de circunstancias que configuraron un periodo del que la Humanidad no puede sentirse orgullosa. Bien es cierto que tanto sufrimiento dio lugar a una segunda mitad en la que un nuevo orden mundial propició la creación de una sociedad del bienestar en una parte del mundo, Europa occidental y Norteamérica, que habían logrado imponer valores de democracia y respeto de los derechos humanos. En el resto del mundo las cosas no fueron tan bien, pero hubo un progreso generalizado que, con mayores o menores convulsiones, terminó llegando al conjunto del planeta.

El siglo XXI no ha empezado mejor y va por mal camino. Estamos en una situación en la que de pronto parece que hubiésemos puesto la reversa al motor de la historia. La epidemia que todavía estamos viviendo nos retrotrae a una Europa medieval, las ansias imperialistas de Rusia y la falta de inteligencia de occidente nos devuelve al escenario que provocó la tragedia de 1914, el terrorismo libra una guerra en la que los episodios de Nueva York, París o Madrid sólo marcaron el límite, por ahora, de hasta dónde puede llegar la maldad y el desprecio por la vida, la destrucción del planeta y el cambio climático nos pone al borde de un abismo cuyas consecuencias preferimos ignorar.

Es como si el mundo nos quisiera dar una lección. El avance tecnológico y científico, la digitalización y la globalización no son suficientes para asegurar el progreso porque no se hace un uso racional de ellos. Por encima del bienestar que pudieran proporcionar está la propia condición humana que sigue lastrada por las mismas taras que hace un siglo y hace dos. La ambición desmedida de poder y riqueza, la rivalidad territorial y económica y los enfrentamientos ideológicos lo condicionan todo. Estamos otra vez asomados al precipicio de una conflagración mundial como si en Sarajevo acabaran de asesinar al archiduque Francisco Fernando. Ahora la chispa está en Ucrania y el incendio lo quiere provocar Putin, un autócrata que parece también surgido de otros tiempos. No es este, en definitiva, un siglo para sentirnos orgullosos.

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