Una momia de vecina

Morir es haber estado y ya no estar, escribió Saramago, pero a veces hacen falta ocho años para comprobar la falta

Cuando Saramago escribió que morir es haber estado y ya no estar, nunca pensaría que esa situación correspondiese a la de una mujer encontrada, ya como una momia, ocho años después de su muerte, en Vitoria, sin que nada ni nadie, hasta hace días, la echara de menos. Ni siquiera ante la preocupación, más económica que otra cosa, por los atrasos en las cuotas de la comunidad de vecinos. Cortada el agua y la luz por los impagos, repleto el buzón desde quién sabe cuándo, el cadáver de la mujer, muerta al parecer sin signo de violencia, acaso en la dramática soledad del desamparo, se ha hecho momia para espanto de los vecinos que no extrañaron su ausencia ni, probablemente, habrán leído a Saramago. Pensaba también este nobel, tan ajeno a los escándalos que han dejado en suspenso la concesión del premio de literatura este año, que morir siempre es una cuestión de tiempo. Pero, tal como con el no estar, difícilmente imaginaría, ni en la más truculenta de las ficciones, que el tiempo cumplido en el morir fuese el tiempo vencido tras la muerte. Que no se certifique la muerte en el tiempo que la hace presente después de anunciarla, sino que sorprenda el tiempo que transcurre desde que llegó la muerte sin aviso. Aunque las almas no pueden ser morosas, ni debe ser fácil encontrarlas en las postrimerías de ultratumba, extraña que una comunidad de vecinos, proclive a las disquisiciones de la curiosidad y a tener bajo control las circunstancias que se apartan de las contingencias más o menos previsibles, no haya hecho pesquisas ante una puerta cerrada durante años, un coche con manifiesto abandono en el garaje, y una momia como vecina que no daba ninguna lata. Juan Bonilla escribió Nadie conoce a nadie y los efectos especiales sacaron provecho al argumento en un película. En cualquier caso, esa aseveración sirve de excusa cuando, ante el impacto de la noticia, se pide opinión en reportajes callejeros y tarda poco en aludirse a la incomunicación con los más cercanos, acaso ahítos de contactos con los muchos y muy dispersos en las abigarradas redes sociales. Ni siquiera la ausencia de esta mujer, barrunto de la muerte para el escritor nacido en la localidad portuguesa de Azinhaga, junto al curso del río Almonda donde recrea Saramago sus correrías infantiles, ni siquiera esa ausencia se ha convertido en un misterio sin resolver, que reclamara una indagación detenida, documentara los antecedentes y llevara al espectacular descubrimiento de una momia.

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