Metafóricamente hablando

Antonia Amate

Una noche de lluvia mortal

El murmullo sube y los comentarios se disparan, todos quieren saber si ha sido un asesinato

Desde mi confortable sillón, contemplo los minúsculos surcos que van formando las pequeñas gotas que se estampan contra el cristal. El cielo gris plomizo, parece que de un momento a otro dejará de desafiar la ley de la gravedad, para caer con todo su peso sobre el asfalto. Aquí, desde el décimo piso, no se huele a tierra mojada, ni se escucha el sonido de la lluvia al caer. El horizonte es un agujero negro amenazante, que se va acercando, sin que ello suponga un peligro para quienes estamos confortablemente instalados en nuestros cálidos hogares. Enfrente, el parque solitario parece asustado cada vez que un rayo cruza el cielo, como un cegador cometa de luz incandescente. Los árboles mueven sus ramas trémulas, azotadas por las ráfagas del frío viento marino. Desde la lejanía, se adivina la blanca espuma sobre las olas, al romper furiosas contra la arena. Sobrecoge el espectáculo, a pesar de sentirme protegida en mi sólido habitáculo. Estuve así, durante horas, frente a la inmensa cristalera del salón, mientras duró la tormenta, y el sueño acabó dominando mi vigilia. A la mañana siguiente, amainado el viento, y con un tímido sol alumbrando los destrozos provocados por la terrible noche de lluvia intensa y frío polar, puedo divisar la luz intermitente de los coches policiales, que flanquean la ambulancia, cuya sirena rompe el silencio reinante a tan temprana hora. Conforme me voy acercando, decenas de personas se van arracimando en pequeños grupos, y susurran entre sí, para conocer que es lo que ha pasado. La curiosidad se apodera de los viandantes, se escucha el sonido ronco de las persianas, que paulatinamente se van subiendo, asomándose a ellas sus intrigados ocupantes, sorprendidos por el ruido y la aglomeración de personas, que cada vez va aumentando, alrededor de los coches policiales. Los agentes invitan a dispersarse a los curiosos, cuando los sanitarios se acercan, dejando al fondo una silueta humana, tumbada sobre uno de los banco de madera del parque, a la que han dejado tapada con una blanca sábana, que la cubre por entero. El murmullo sube y los comentarios se disparan, todos quieren saber si ha sido un asesinato, quién puede ser la víctima, si habrá sido un ajuste de cuentas, y todo tipo de suposiciones, que tienen su origen en el miedo más absoluto. En un momento, los espectadores, acusaban a la administración de no tener suficientemente iluminado el parque, cualquiera de ellos podría haber sido la víctima. Sin embargo, un temblor helado me recorre las venas desde la planta de los pies a las rubias mechas de mi larga melena, recuerdo con toda nitidez el rostro triste de aquella mujer, que anoche me miró con sus ojos gastados, desde el banco en el que se arrebujada con una sucia manta, cuyos flecos rotos asoman ahora bajo la sábana que la cubre, de un blanco tan inmaculado como la muerte que la posee.

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