Tres nuevos goyas

Sorprende la autenticidad, la franqueza y la parquedad de recursos expresivos en la captación de estos personajes

El Museo de Bilbao exhibe estos días, por primera vez al público, tres retratos de Goya recién recuperados y restaurados que pertenecen a la familia Adán de Yarza desde que fueran pintados. Los cuadros se encargaron hacia 1787, cuando el pintor aragonés asentaba su prestigio como retratista de la nobleza y la realeza en la corte madrileña. Los Adán de Yarza eran descendientes de ricos hidalgos del País Vasco, con mayorazgo propio y altos cargos en la administración. Su casa solariega era el Palacio de Zubieta, cerca de Lekeitio, en Vizcaya. Goya pintó los retratos, con toda probabilidad, con motivo del casamiento del joven heredero de la familia, Antonio Adán de Yarza, con Ramona Barbachano. El tercer cuadro, de menores dimensiones, representa a su madre, viuda, doña Bernarda Tavira, sentada en una silla. Todos están representados de medio cuerpo y a tamaño natural; los retratos del matrimonio, de mayor calidad, forman pareja y las figuras están de pie. Las obras permanecieron en el palacio familiar hasta el estallido de la Guerra Civil, momento en el que fueron enviadas a Francia para preservarlas. Los herederos las han conservado hasta ahora en Bayona y han accedido, por vez primera, a su presentación pública en Bilbao, al menos durante unos meses, a cambio -claro está- de su restauración. Esta limpieza ha revelado todo el esplendor del pincel y el colorido goyescos, pues son cuadros que nunca habían sufrido intervención alguna y su estado era excelente. Están pintados con una exquisita gama de grises y el desparpajo que Goya muestra, casi desde el principio de su carrera como retratista, en otros retratos de la misma época, como los de la familia del infante Don Luis o los banqueros de San Carlos. Sorprende la autenticidad, la franqueza y la parquedad de recursos expresivos en la captación de estos personajes, pese a la exuberancia de los atuendos femeninos, mezcla de las tendencias de moda aristocráticas que venían de Francia e Inglaterra. Los rostros están caracterizados con una iluminación casi plana, muy dibujística, con los ojos muy perfilados y abiertos, lo que les otorga un cierto arcaísmo, una ingenuidad de muñecos sin perder por ello la enorme sensación de vida que desprenden. Esta voluntad bidimensional de la imagen, con esos fondos tan planos y poco pintureros, extendida al conjunto de las figuras y sus atuendos, otorga una modernidad inaudita a estas obras. Son Goya en estado puro, magistral e inconfundible.

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