Como el pan recién hecho

Tenemos un débito en el reparto de tareas, en la igualdad de oportunidades laborales y en la gran asignatura pendiente

Estos días han sido muy especiales. Debo reconocerlo. Incluso, profundos, como el pan recién hecho, mientras que su aroma invade las últimas estancias de una casa. Sí, es así. En estos días más que nunca -días de extrema- me he dado cuenta, aún más, cómo nuestras hermanas, las mujeres, salen a la calle a reivindicar un derecho tan esencial como el respeto, la igualdad y la justicia –ver la luz que emana de una mujer libre y empoderada-. Así es como se dan forma a las cosas más sencillas del mundo. Como el barro, por ejemplo, cuando hendido por la mano, toma la forma de todas las cosas más maravillosas del universo. El oficio de ser persona es uno de los más difíciles que existen. Y después del ocho de marzo, aún más.

Estos días, si le soy sincero, me he sentido orgulloso de la tierra de donde vengo. Donde habitan mis sueños, donde un silencio íntimo recorre los relojes. He podido ver y leer frases hermosas, como: “Las mujeres toman todas las calles del mundo”. Como si de un poema fuese que de los dedos nos naciese, como si de un rayo de luz apenas, sobre las pupilas, amor, se hubiera precipitado sobre mi pecho, proclamando tu nombre. Así acaecen las cosas más sencillas y más bellas de la vida.

Es cierto que estamos ante un cambio de ciclo -imparable-. Los hechos son evidentes. Necesitamos esa transformación, como agua de mayo, ese aire fresco. La igualdad o el feminismo –elija usted, mi querido lector, el sinónimo que estime más oportuno- se ha visibilizado y materializado con mayor fuerza si cabe –aún somos conscientes que nos queda mucho trabajo por delante-. Sin duda alguna, estamos en la dirección correcta. Llegamos con algunas décadas de retraso, incluso siglos diría yo, pero gracias al compromiso social por una vez estamos donde tenemos que estar. Y sí, es cierto, hay que ser práctico, pero siempre mirando hacia el progreso.

Aún queda mucho. Tenemos un débito en el reparto de tareas, en la igualdad de oportunidades laborales y en la gran asignatura pendiente: la violencia de género –y muchas más, me temo, que se quedan en el tintero. Y todo esto pasa porque la sociedad afronte no solo aquellos retos que nos quedan por lograr, sino también la conciencia, la responsabilidad y el compromiso. Ponernos en el otro lado, sufrir junto a ellas y no ponernos de perfil. En definitiva, seguir luchando por una sociedad más equitativa y democrática, para poder estar siempre en el momento y en el lugar indicado.

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