El homenaje que les tributarán el próximo viernes a tres eminentes protagonistas de la prensa almeriense nos retrotrae a nuestra más tierna infancia como columnistas. Nuestra firma colectiva nació en el mismo año en que Miguel Ángel Blanco se incorporó como delegado de Ideal en Almería. En un escueto y agobiante altillo de la calle Padre Alfonso Torres entregamos nuestras primeras columnas de crítica flamenca firmadas Equipo Alfredo. Poco después se incorporaron el fotógrafo almeriense Pepe Mullor y el periodista cordobés Manuel Gómez Cardeña, a quien le adjudicamos el cariñoso apelativo “Pipiolo” dada su extrema juventud. Con Mullor terminamos llamándonos mutuamente “Cateto”, epíteto que copiamos de Lucas López, que lo usaba mucho con sus próximos. Para completar la terna de motes, como Miguel Ángel se dirigía a sus íntimos con el vocativo “paisano”, acabamos llamándolo nosotros a él con idéntica palabra. Cosa curiosa porque él es de Madrid. Y veraneaba en El Tiemblo (Ávila), aunque eso no hace al caso. El caso es que aquella redacción, mínima pero joven y entusiasta, recibió de su jefe la denominación de “Redacción abierta del año 2000”; también empleaba mucho la expresión “el periodista anónimo” para referirse a él mismo. Eran los años finales de Franco y los primeros años de la hirviente Transición. Tiempos convulsos, pero llenos de esperanzas, de miedos, de ilusiones. Frente a la prensa única escrita, órgano oficial del “movimiento nacional”, y emisoras de radio en la misma onda, aquella “redacción abierta” del “periodista anónimo” fue una ventana al futuro y a la libertad. Libertad dentro de un orden, porque la empresa de Ideal se llamaba Editorial Católica no por casualidad, y estaban ojo avizor desde Granada. Además, las autoridades civiles y militares seguían siendo las mismas que con Franco. Como anécdota, la Nochevieja de 1975 detuvieron en la Puerta de Purchena, durante “las uvas”, al becario Enrique Urrea al confundirlo con Miguel Ángel Blanco, a quien la policía tenía orden de arrestar esa noche. El Paisano estaba en Madrid y el Pipiolo iba camuflado tras su poblada barba. En fin, historias de los abuelos “cebolletas”. El homenaje lo organiza la sección de nuestros coetáneos, los pensionistas de CCOO. Será el viernes 31, a las seis y media de la tarde, en la Biblioteca Villaespesa. Allí nos vemos.

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