Antonio Lao
Anuario de Agricultyura Joly: Sabor con acento
Debo de reconocer que no he podido resistir en caer en la tentación de utilizar el WhatsApp –bueno, ahora Telegram, que hay que estar a la moda sí o sí-. Mis tordos y torpes movimientos me han hecho que vuelva, una vez más, a fallarme. Mis angustiosas y predecibles ganas de perder me han vuelto a dar la razón y he vuelto a naufragar. Pero, quizás, supongo que no tenía otra alternativa –bueno, sí, aún quedaba volver a los solitarios bares o, lo que es peor, volver a los solitarios muelles-. Intenté ingresar en un templo budista y fue infructuoso –no quieren a gente como yo: dispuesta a fracasar una y otra vez-. He intentando estar aislado del mundo escalando un tres mil y no pude, fallé, volví a fracasar en un intento más de no ser yo por una última vez.
Los hombres salen de sus casas y avanzan por las calles como si fueran zombis. Como si fueran hombres sin almas. Miras sus caras impúberes, imberbes, “efebas” y parece que al otro lado no existe nadie, ni nada –hallas en sus rostros un profundo hueco que va más allá de sus miradas-. Sales a las plazas, te tomas una tapa y te das cuenta que en la mesita que está en esa terraza de El Zapillo, ya no somos cinco o seis, sino que estás tú, sólo, otra vez, de nuevo. Sólo. Sin nadie con quien poder hablar. Sin nadie a quien poder articularle una palabra. Todo el mundo se encuentra con sus rostros arrodillados ante el WhatsApp, Facebook, LinkedIn, rezando a que, por un momento, en un alarde de debilidad del móvil, un sonido, una leve vibración, un icono, nos devuelva a la vida.
Lo cierto es que, ante esta evidente realidad, he tenido que sucumbir como un humano más. He tenido que dejarme llevar ante la necesidad de sentirme aún más solo, si cabe, entre tanta muchedumbre, entre tanta gente, entre tanto humano, aunque tenga a centímetros de mí la solución a mi soledad. Aunque supongo que este vacío que arremete contra los dominios de mi dolor es infinito y no tiene visos de tener fin.
Sin darnos cuenta, dentro de la normalidad que suponen las nuevas tecnologías, aunque intentemos luchar en contra, me temo que siempre nos guiará la necesidad de sentirnos diferentes a los demás, aunque supongo que muy pocos a lo último lo consiguen. Quizás, porque ya es demasiado tarde para recuperar todo aquello que perdimos y que en algún momento siempre quisimos ser.
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