Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Basta con decir ¡basta!

Aunque derriben las estatuas de Cristóbal Colón, nada podrá cambiar que aquel hombre al servicio de la Corona española descubriera un Nuevo Mundo para Occidente

Basta con decir ¡basta! Basta con decir ¡basta!

Basta con decir ¡basta!

Recordar las palabras de Santa Teresa de Jesús: "Nada te turbe, nada te espante,…" a pocos días del 15 de octubre, parece una necesidad para afrontar el día a día. Es así porque, a tenor de lo que se ve y se oye, la ficción se apropia de la realidad y turba la razón. La irracionalidad con que se quieren modificar pautas de comportamiento y estructura social, para acomodarlas a trasnochadas ideologías, produce espanto. Si a todo ello se suma el desprecio por el pasado, ya sea próximo o lejano, y el contumaz avasallamiento de la privacidad, cuando no de la intimidad, deja clara la única opción asumible: actuar escudado en el Señor; porque así se completa el pensamiento de la santa de Ávila: "…quién a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta".

Sin embargo, con este ánimo atrincherado en el espíritu, nada impide utilizar la misma palabra "¡basta!" para, además de asumir tan profunda creencia, acallar tanto desvarío. Con siete décadas a las espaldas, llama la atención a este español de hoy el contraste entre la experiencia de lo vivido personalmente con la memoria colectiva, o colectivizada al más puro estalinismo, que le venden quienes tienen, a lo sumo, un antes-de-ayer más que un pasado que recordar.

Hablar del pasado de una nación en término de años contrasta con la memoria de siglos que acumula la historia. Hay visitas que despiertan esa realidad frente al conformismo. Así recuerdo, durante una visita al Museo Militar de Varsovia, el comentario del guía que encauzaba nuestros pasos: "Aquí verán mucha historia pero pocos mapas. Nos cambiaron tantas veces las fronteras que, si me preguntan ¿donde está Polonia?, les diré que donde viven los polacos". Una auténtica síntesis de siglos de existencia, una memoria colectiva de país que, a buen seguro, recuerda su historia sin necesidad de imponerla por ley y que además la enseña porque en ella está su futuro.

Tan contundente sumario tiene mucho sustento detrás, porque la memoria de los pueblos es un compendio extenso y plural que requiere mucho análisis, mucho contraste y muchos años. Tres elementos presentes en quienes sufrieron la usurpación de su identidad nacional por el comunismo y la invasión de su territorio por los vecinos de un lado y del otro. Los mismos tres elementos ausentes en quienes, desde el confort de la libertad, mutan hechos espectaculares de la historia española en falsarias series televisivas.

La ficción permite drenar océanos para reproducir digitalmente los restos del "Titanic" o del "Bismark", pero impide evitar sus hundimientos. En nuestro

caso, se fabula sobre los acontecimientos del pasado, aquellos que hicieron a España universal, desde los Reyes Católicos a la Constitución de 1978. Pero nada de lo sucedido lo podrán cambiar. Así pues, lo que produce espanto, en la acepción teresiana, es que españoles de ayer y hoy se dediquen a retorcer nuestra propia historia para dar muerte a sí mismos. Y digo españoles de ayer y hoy porque, a diferencia de lo que realmente sucediera con los pueblos indígenas desaparecidos en la Conquista del Oeste, la Reina Isabel "la Católica" concedió la nacionalidad española, lo que hoy sería "por carta de naturaleza" (o sea porque sí), a todos los habitantes de las tierras colonizadas en América y Filipinas, algo que les igualó con los habitantes de los reinos peninsulares, un mestizaje que les trajo hasta nuestros días con una lengua y apellidos españoles.

Aunque derriben las estatuas de Cristóbal Colón, nada podrá cambiar que aquel hombre al servicio de la Corona española descubriera un Nuevo Mundo para Occidente, por más que un geógrafo italiano le arrebatara la gloria de darle nombre, ni la profanación de las figuras de Fray Junípero Serra altere la evangelización que se llevó a cabo en la Nueva España y que está escrita en la toponimia del Oeste y Sur de los Estados Unidos: Los Ángeles, San Diego, San Antonio, San Francisco, Santa Fe, Corpus Christi, Sacramento,… Y como estas, otras miles de cosas que, como digo, tienen el reconocimiento de la historia universal.

Así pues, si hay españoles de ayer que, respetados hasta ahora por su origen hispano, optan por suicidarse al renunciar al pasado que les trajo hasta aquí, nada tiene de extraño que españoles de hoy se inmolen con la misma iconoclasta enfermedad al retirar imágenes, renombrar callejeros y exigir a los demás perdón por sus propios pecados. Ellos sabrán. A este español le basta con decir: ¡basta!

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