Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Garzón en las barbas de Felipe VI

¿Hay alguna similitud entre las barbas de Pablo Iglesias, Garzón (no el compañero sentimental o novio de doña Dolores Delgado, sino el ministro de Consumo, don Alberto), Javier Maroto, el Asturiano (o sea, Rajoy) y Pablo Casado?

Garzón en las barbas de Felipe VI Garzón en las barbas de Felipe VI

Garzón en las barbas de Felipe VI

La barba siempre ha sido leyenda y mitología. Tenía barba Jesús de Nazaret. San Pedro la llevaba corta y tupida; san Juan, larga y blanca. La llevaban también san Judas Tadeo y san Felipe; la de san Pablo era larga y poblada; la de Santiago apóstol, de color blanco algodonoso, que reflejaba la luz. En Mesopotamia era distinción y orgullo. La de los persas tenía un color naranja y rojo; la de los asirios, negro. En la India y Turquía se consideraba un sinónimo de sabiduría. En Grecia, el honor. Rasurarse era castigo y afrenta. Los romanos la llevaban recortada, limpia y peinada. Para los filósofos representaba el saber. La historia la define, puesto que poseía poder y madurez. Los dioses griegos como Saturno, Júpiter, Neptuno, Plutón, Marte, Vulcano y Mercurio no se entendían sin esta insignia de la audacia. La madre de Aquiles suplica a Júpiter y le toca la barba con la mano. Este pelo, que hay debajo de los ojos, que crece a los costados de la cara, que cubre, protege y se asemeja a un cilindro, es metáfora y antología. Los musulmanes divinizan las palabras y exclaman: «¡Por las barbas de Mahoma!». Y consideran este pelo del profeta una reliquia, que se convierte en fe, en religión, en signo, en señal. ¿Pero se parecen en alguna característica las barbas de Cervantes y Shakespeare? ¿Y las de León Tolstói y Charles Dickens? ¿Y las de Dostoievski y Juan Ramón? ¿Y las de Hemingway y Bernard Shaw? ¿Y las de Zola y Tagore? ¿Y las de Anatole France y Wole Soyinka? ¿Y las de Valle-Inclán y Unamuno? ¿Y las de Antón Chéjov y Georges Perec?

La barba y las barbas son hexámetros de la Odisea los cuales se hacen homéricos, mientras las civilizaciones versifican la historia preguntando si las respuestas las da un reloj de arena o un compás de espera en la serenidad de aquel mar, que no se inmuta cuando resplandecen los puñales en el prólogo de lo que aconteció en los espejos de la noche. Sin embargo, la barba y las barbas no siempre buscan el estado zen, sino la dialéctica, con la esperanza de que los mensajes perduren en la búsqueda de aquel tiempo: el cual ni Kant, ni Hegel, ni siquiera Proust lograron definir. Así, surge la interrogación: ¿hay alguna similitud entre las barbas de Pablo Iglesias, Garzón (no el compañero sentimental o novio de doña Dolores Delgado, sino el ministro de Consumo, don Alberto Carlos), Javier Maroto, el Asturiano (o sea, Rajoy) y Pablo Casado? ¿Son hípsteres como las de don Ramón María? Dicen las malas (y las buenas) lenguas que, desde que se dejó la chiva, el presidente del Partido Popular parece un hermano gemelo del líder de Izquierda Unida: todo es posible en los infinitos caminos del laberinto, del que acaso no cambiaríamos ni una sola palabra, ya que la verdad en el mundo de la COVID-19 no es más que una farsa.

Mas vayamos a una cinematografía que no es la de Luis Buñuel: Garzón, el joven, se ha subido a las chivas de Felipe VI y afirma que el lenguaje del monarca cuestiona la independencia de la institución y supone un ataque al Gobierno: ¿alcanza la caída de ayer a la insensatez de hoy? Ulises, Abel, Caín: ¿quién es quién cuando no es John Ford el director, sino el naipe del tahúr? «Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar». Este dicho que, con diversas variantes, ya aparece en el Tesoro (1611) de Covarrubias, en el Diccionario de Autoridades (1713-1739) y en el de Esteban Terreros (1765) lo conoce el rey por lo que les ocurrió a su bisabuelo Alfonso XIII, a sus abuelos don Juan de Borbón y Pablo I de Grecia y a su padre Juan Carlos I. Por esta razón, percibe que Garzón quiere pelarle las barbas después de remojarlas. Pero Felipe VI, cauto y precavido, piensa que ningún rapabarbas podrá apartarlo del trono, mientras El barbero de Sevilla nos recuerde lo que le dijo Beethoven a Rossini: «No dejes de componer muchos barberos», duerma con un ojo y vele con otro. Si Garzón persevera, tendrá que comprar un cuenco natural de madera, jabón Myrsol y una brocha en madera y cerdas naturales de tejón. La barba de Felipe no es una página mojada por el golpe de una ola. Si ve llegar su final, el fénix construye un nido con ramas de roble y lo rellena con canela, nardos y mirra. Allí expira y, a los tres días, de sus propias cenizas renace. Así lo asevera Ovidio. ¿Distingue el rey los hermosos colores de esta ave? ¿Quién es el doctor Jekyll y quién, el señor Hyde en esta España?

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