Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Universidad de Almería

Madame Ayuso, la novela que no supo escribir Sánchez

El error de Redondo ha sido el de hacer bajar a la arena madrileña al presidente del Gobierno para dejar a Gabilondo como un títere y una marioneta

Madame Ayuso, la novela que no supo escribir Sánchez Madame Ayuso, la novela que no supo escribir Sánchez

Madame Ayuso, la novela que no supo escribir Sánchez

Isabel Díaz Ayuso nunca podrá ser Ana Karenina, ni Madame Bovary. Esta pasionaria de derechas no es literatura, pero sí, gesto e imagen, disciplinada alumna de márquetin y semblanza de sílabas, que ascienden en la curva melódica, cuando la entonación se hace guitarra eléctrica en la puerta del Sol: el reloj mirando la hora de los votos, milésima a milésima, y el poder, en esa luz que permanece más allá de su secreto. Pedro Sánchez tampoco es (el) Julien Sorel de Rojo y negro, la novela de las novelas, más allá de la psicología. Ni la una, ni el otro tienen nada que ver con Flaubert y menos aún, con Stendhal. En el latido de los instantes, madame Ayuso supone, entre el laberinto de las banderitas, una creación del líder socialista, como si a este lo hubiera asesorado Miguel Ángel Rodríguez, en lugar de Iván Redondo, vestido de banderillero en un tablao de la Latina o de portero de Las cuevas de Luis Candelas: chaquetilla azul turquesa, pantalón de Mahón y faja de Corinto, con un trabuco de 1837, entre la plaza Mayor y la calle Toledo, en el arco de Cuchilleros. Un recurso, entre la ficción y la realidad, cuando la política se parece más a un sainete de Arniches que a una fotografía que se revela al amanecer, mientras vemos el paso del tiempo en el espejo de Heráclito y la escritura de Proust. El enfrentamiento entre Ayuso y Sánchez lo ha ganado Miguel Ángel Rodríguez y lo ha perdido Iván el Terrible. El error de Redondo ha sido el de hacer bajar a la arena madrileña al presidente del Gobierno para dejar a Gabilondo como un títere y una marioneta, que la lideresa ha golpeado sin piedad hasta reducirlos a chistes literarios de barra de taberna decimonónica: la burla de Camba, el sarcasmo de Ruano y la ironía de Umbral.

El ayusismo (neologismo que amenaza con llegar al Diccionario de la lengua española, tras pasar por el Diccionario histórico de la lengua española) ha sabido preparar el cocido madrileño con muchos ingredientes que desconocían la cocina de Tezanos y la de la Moncloa; obsesionadas ambas con unas recetas que valen para Barcelona, pero no para la Villa y Corte. Isabel ha ganado a Pedro, porque ha creado una patria madrileña, en la que las tradiciones y los versos, los desayunos y los almuerzos, las cañas y las cenas, con mascarilla quirúrgica, han endiosado los instantes con la palabra libertad, recitada por un piano y una batería del Rastro: con palillos y sin teclas, pero con altavoces que traspasan los grupos fónicos del atardecer. Ayuso sigue en el poder porque ha dejado la puerta del Sol, como si no hubiera COVID y el coronabicho se fuese de vinos, en lugar de irse a las uci. La dama de vestido rojo ha rozado la mayoría absoluta, porque su música de rumba y guitarra, sin cuerdas, ha sonado en esa hora en la que la noche es el nuevo idioma que se refleja en los espejos del callejón del Gato, cuando la coca-cola y el ron huelen a segundos, que se dan a la fuga entre las sombras de un saxo: big band y jazz.

La señora ha vencido, porque su métrica no era la de Casado, sino la que ella ha intuido entre un tambor y un acordeón, un portátil y un vídeo de móvil. La actriz de Ramón de la Cruz ha triunfado, porque le han dicho dónde están las mejores croquetas y los mejores canapés, los mejores bocadillos de calamares y los mejores montaditos, las mejores bravas y las mejores tostadas; los mejores chatos y las mejores raciones. La mujer, que nunca leyó a Stendhal, volverá a ser presidenta porque su melodía no es una partitura, sino una copla, con estribillo, en esas horas en las que el olvido tiene un coronaidilio con la memoria. Ayuso ha multiplicado los escaños, porque el señor que habita la Moncloa la ha tratado como si fuese la presidenta de una nación de naciones, llamada Madrid. Y ella, heroína de hadas, sin alas de mariposa, se ha puesto el pañuelo, con clavel rojo, la blusa blanca, la falda de lunares y el mantón de Manila. Para dar un aviso a Sánchez. Y llevarse por delante a Blancanieves Arrimadas (¡si no presenta su dimisión será un insulto a su partido y a sus votantes!) y a quien se fue de Vallecas a Galapagar. sin haber leído, antes, la breve y lenta mirada de la tarde. Madame Ayuso, la novela que no supo escribir Sánchez, puesto que no es Flaubert, ni ha terminado de leer el Quijote.

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