Tribuna

Manuel Peñalver

Catedrático de Lengua Española de la Univesidad de Almería

Paloma Chamorro

Esta diosa de los mejores recuerdos, ajena a la hipocresía y a la impostura, convirtió en vanguardia el programa "La edad de oro"

Paloma Chamorro Paloma Chamorro

Paloma Chamorro

Hay nombres propios que quedan grabados en la memoria como un poema de Ismaíl Kadaré, una canción de Billie Holiday o esa métrica inefable que alcanza a decir lo que nosotros mismos, en la sintaxis de los días, somos incapaces de comunicar. Uno de estos nombres es el de una mujer que siempre tendió las manos a la esperanza y a las hermosas páginas de un libro tan sencillo como profundo. Me estoy refiriendo a Paloma Chamorro, la musa de la movida madrileña. En la nostalgia de aquellos tiempos, el vivir era un homenaje diario a la existencia en forma de una contracultura que amanecía como si los segundos fueran los instantes eternos de un sentimiento que perduraba, inagotable, en los sintagmas de Eduardo Haro Ibars y Aníbal Núñez. Con Leopoldo María Panero, recordando a Bukowski, con un cigarro en una mano y un vaso de whisky en la otra.

Esta diosa de los mejores recuerdos, ajena a la hipocresía y a la impostura, convirtió en vanguardia el programa «La edad de oro». La creatividad, la música, la literatura, las artes, la realidad de aquella España de los ochenta, que tan poco se parece a esta otra. El punto de partida estuvo en el grupo Kaka de Luxe y concluyó con la transmisión en directo del concierto de The Smiths en el paseo de Camoens de Madrid. La bohemia, la inspiración, la rima de los momentos vividos en los amaneceres de aquellas infinitas madrugadas, la rebeldía, la palabra hecha verso con la asonancia de una mirada; eterna en su contexto apasionado y sincero. La sonrisa de Paloma se dibujaba en sus ojos, en sus labios, en su silencio, para caligrafiar una crónica, donde la entrevista era periodismo y lírica, con Machado y Neruda donde el el tiempo no envejece.

La España oscura nunca entendió aquella autenticidad, aquella verdad, aquella pureza de un venero de palabras, de gestos, de mensajes vanguardistas; capaces de transmitir un metalenguaje brechtiano cuando la tarde velazqueña caminaba en busca de su retorno, mientras el reloj de la madrugada versificaba las onomatopeyas exactas de un tic tac diferente. Para hacernos saber que estábamos lejos de la mezquindad de cínicos y maldicientes. Su pelo, anárquico como un párrafo joyceano, reflejaba las esencias de un movimiento artístico que supo compendiar las opiniones que convergen en el apretón de manos, en los saludos, en la escritura que hace historia; en el ir y venir por las esquinas de la noche madrileña, que nos hacían pensar que el mundo era otro distinto al que nos querían mostrar los dogmas retrógrados y represivos del franquismo.

A los sesenta y ocho años ha muerto quien tenía que haber vivido siempre para seguir narrando con un lenguaje admirable los misterios que se esconden en los anaqueles del corazón. Cuando las semanas se convierten en meses y los meses en años, vuelve aquella etapa con Alaska y Dinarama, Alaska y los Pegamoides, Derribos Arias, Ejecutivos Agresivos, Gabinete Caligari, La Mode, Parálisis Permanente, Radio Futura, Los Secretos, Loquillo y los trogloditas y tantos otros grupos que inmortalizaron Madrid como si fuera un artículo de Umbral o un soneto de Quevedo junto a la tumba de Larra. Escrito un nuevo capítulo, el «flash-back» de aquellas entrevistas convierte las antiguas emociones en miscelánea que nos despierta a media noche sin saber si, en realidad, somos quienes eternizábamos el tiempo oyendo el «rock» alternativo con un «gin tonic», entre las dulces lágrimas que eran unas y las mismas. Y escribiéndole en una servilleta de papel unos versos de amor becqueriano a la chica que conocimos en un concierto de «jazz».

La entrevista a Dalí, conjugada en el presente de indicativo de Youtube, es un documento con el que Paloma Chamorro comenzó a ganar la partida a la censura y a la vileza. Aunque en TVE su espíritu crítico y valiente fuera marginado y relegado, insultado y zaherido, la semilla estaba germinando y, hoy, el reconocimiento es una bella estampa enaltecida con un recuerdo que está más vivo que nunca. Al salir el sol, con su color gongorino, todo encuentra su sentido y la mejor manera de que la memoria de una mujer, que hizo de su vida literatura y filosofía, perviva es rememorar aquellas entrevistas, aquella genialidad y aquella pasión sublime y enamorada. La «nueva ola» y el «punk» son, otra vez, la metáfora que soñamos con las sílabas de la libertad perpetuadas por quienes hicieron de la movida una escena eterna, que aún nos reclama. En una taberna, junto a la Puerta del Sol, suena la música de los Rebeldes. Con Enrique Urquijo, convertido en símbolo de una época que Paloma fotografió en ese instante pleno que renace como un verso, ya inmortal en la tierra. El Pentagrama, Nacha Pop, 1980.

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