Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Las armas de la guerra

Hay, como en casi toda la prolija legislación española, materia para que el organismo regulador ejerza sus competencias, al derecho y al revés, para autorizar o prohibir

Mientras que las naciones occidentales se afanan en limitar daños colaterales durante los conflictos y dotar a sus fuerzas armadas de sistemas de armas de precisión, los estados fallidos y los enemigos del estado de derecho hacen uso de cualquier cosa para hacer daño. El ataque del 11-S a las Torres Gemelas de Nueva York lo dejó bien claro a escala mundial: aviones como misiles, población como objetivo indiscriminado y opinión pública como fuerza de reserva para presionar a los gobiernos. Pero el uso malévolo de los elementos de la vida cotidiana alcanza a todos los ámbitos y escalas.

Si alguna vez hubo un orden mundial, ese que cita Henry Kissinger en el libro de homónimo título, o un sistema global de relaciones internacionales, el que difunden los defensores del multilateralismo, la cosa merece echar una miradita a lo que pasa a nuestro alrededor, porque la cuestión cala mucho más allá de la geopolítica. Llega a la vida cotidiana de ciudadano de a pie. Porque estamos ante la aplicación, de arriba abajo y por parte de algunos, de una cultura antisistema generalizada y global. Y aunque vacía de contenido, como todo lo que va sólo en contra de algo, está llena de demagogia, ese mal que ocupa los huecos que deja la falta de educación.

De nada sirve tratar de entender el fenómeno antisistema. Nada hay que concluir, salvo que existe. Como digo, está exento de toda sustancia útil. Así que, para defenderse de su poder de destrucción, hay que prestar atención simplemente a las formas y los medios que emplean sus dirigentes. Esas cosas que, en otras manos sirven para ejercer la libertad y proporcionar bienestar, pero que en las suyas son, nada más y nada menos, que armas de destrucción masiva de la sociedad. En el léxico militar esas cosas se denominarían: productos y tecnologías de doble uso; término acuñado hace décadas para todo aquello que, procedente de la industria civil, podía usarse en el ámbito militar. Es curioso que esa denominación deja de aplicarse a lo reciproco, esto es, a aquello que llega al ámbito civil procedente del militar.

Sobre este particular, existe un amplio debate y, en España, una extensa legislación sobre el tema. Una parte proveniente de la Unión Europea y otra autóctona. Para saber algo, sobra con leer el preámbulo del Real Decreto que aprueba el Reglamento sobre esta materia. Allí encontrará suficientes referencias normativas para ilustrarse. Mucho más extensas son las materias que cita en sus anexos como "materiales de doble uso", esas que la Junta Interministerial Reguladora del Comercio Exterior de Material de Defensa y de Doble Uso debe velar porque nunca lleguen a malas manos. Me abstengo de escribir el acrónimo de este organismo porque las siglas, aunque se pueden escribir, son impronunciables… hasta mentalmente.

Hay, como en casi toda la prolija legislación española, materia para que el organismo regulador ejerza sus competencias, al derecho y al revés, para autorizar o prohibir. Sin embargo, la cuestión es que, en un contexto antisistema, todo eso sirve de poco. Tener tantas normas y tantos elementos reguladores, ordenadores o controladores sirve exclusivamente para proporcionar múltiples dianas sobre las que recibir ataques. Ni los materiales ni las tecnologías tienen culpa alguna de nada, sino las personas que las utilizan. Es por eso que, más allá de los elementos que las nuevas tecnologías aportan y las industrias producen, lo importante es saber en qué manos terminan. Otras naciones, en lugar de tanta prohibición, dejan libertad para investigar y desarrollar nuevos sistemas y se centran en asegurarse de quién hará uso de ellas: el destinatario final.

Hoy, Centros de Pensamiento (Think Tanks, para el que lo prefiera en inglés) prestan atención a los contextos en los que se desarrollan los proyectos tecnológicos y quienes los lideran, porque ya hace tiempo que los sistemas de armas dejaron de ser los únicos elementos que conforman el arsenal de las naciones, como tampoco son los militares quienes tienen en sus manos el uso exclusivo de la fuerza. La diferencia radica en que, mientras unos están formados, educados y adiestrados para hacer un uso legítimo de la fuerza, los otros emplean el potencial de las armas para hacer un uso partidista, si no indiscriminado y generalizado, de la violencia.

La guerra está en la voluntad de las personas y, por paradójico que se crea, las armas pueden evitarla en muchas ocasiones.

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