Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Tres en el camino

Más de una vez, en esos paseos semanales charlamos sobre la imagen que damos estos tres sesentones vestidos con pantalones de pana o vaqueros...

Tres en el camino Tres en el camino

Tres en el camino

Desde hace algún tiempo comparto un paseo semanal por la sierra con dos amigos del colegio. Durante años fuimos compañeros de curso con más o menos fortuna escolar. Nunca nos colocamos en la primera fila, ni tampoco nos situamos en los primeros puestos del panel de alumnos distinguidos. Esos eran para Alfredo y Jaime. Éramos de la media en clase y de la clase media, que nada tiene que ver con mediocres, porque en el colegio donde estudiábamos se buscaba la excelencia para todos, una manera de educar que nada tiene que ver con enseñar a los niños a base de competir con los demás.

Digo esto porque había materia suficiente para que todos alcanzásemos ese grado de perfección que cada uno queríamos, pero sobre todo los profesores. Los alumnos, por aquel entonces, éramos infantes ajenos a estas cosas tan sublimes. Lo nuestro estaba en saberte la lección cuando te sacaban a la pizarra en clase y pasarlo bien con los demás en el patio de recreo. Todo lo contrario de lo que se ve ahora donde se impone tanta competición que, por aquí y por allá, se produce un vencedor pero también se genera un perdedor. Una forma taimada de romper el compañerismo y revestir el éxito de esa forma sajona y calvinista de excluir a quien es distinto, evitar el mestizaje, hasta en lo intelectual, para enfrentar a todos contra todos porque así alguien ajeno se puede beneficiar. Un canto a la mediocridad que parece desgraciadamente que da resultado.

Más de una vez, en esos paseos semanales, charlamos sobre la imagen que damos estos tres sesentones que somos, vestidos con pantalones de pana o vaqueros, enfundados con una indumentaria que se alejan de la ropa "técnica" con que atavían hoy los caminantes, perdón, senderistas, perdón otra vez, los que hacen "trekking". Porque además del ropaje, la cosa también va de lenguaje. Mientras que para nosotros la cuestión es darnos una caminata, otros hacen una ruta GR y los más modernos completan una sesión de "trekking", diseñadas a partir de una "App" que te proporciona un "link" donde se puede mirar el "rating" que te recomienda el "coach".

Verán que llevamos un paso tranquilo, el que marca el que menos puede, que suelo ser yo. Algo que agradezco enormemente, sobre todo en los repechos que tanto le gustan a uno y las cuestas a bajo que tanto aceleran el paso al otro. Una forma de hacerte sentir que estás acompañado, eso que ahora se reclama para las personas mayores y que desgraciadamente, con tanta competencia en la sociedad, está presente en todas las edades. Frente a esa unanimidad en nuestro proceder, lo que queda oculto, a ojos de los paseantes que se cruzan con nosotros, es lo dispar que somos en el fondo.

Después de diez años de colegio, cada uno de nosotros se fue por un camino distinto. Mientras que al primero le dio por la filosofía, después por la psicología para terminar entregado a la mayor obra social de la Iglesia, la inquietud del otro le llevó a estudiar matemáticas, saltar a la economía, convertirse en gestor de una docta librería y devorar todos los ejemplares que en ella había, sin discriminación de materia, para convertirse en un sabio anónimo. En mi caso opté por la milicia, inclinado hacia ella, primero por tradición familiar y que después se mudó en una vocación, que me llenó hasta arriba, y más allá, mucho más de lo que podía esperar de la Providencia.

Cuento esto con el convencimiento de que, por encima de lo que parece, hay más españoles que, educados como nosotros tres, se mantienen unidos a pesar de coincidir en poco o en nada. Ni en la música y mucho menos en la literatura. Ni en las aficiones y, ni tanto ni nada, en el gusto por el tabaco. Uno nunca lo probó, a mí me dio una temporada por la pipa, y al tercero le cuesta todavía que se le caiga el pitillo de la boca, aunque lo conseguirá por lo tozudo que es para lo suyo. Ni que decir tiene sobre religión o política, donde cada uno sabe donde están los demás.

Sin embargo, a pesar de tanta diferencia, con tanta posibilidad de beligerancia, reunirnos cada semana es una alegría porque, como en la niñez, todo lo que decimos y todo lo que hacemos forma parte de la verdad infantil que, a decir del lema de nuestro colegio, nos hace libres. Libres para pensar, para hablar sin doblez y para actuar en consecuencia, algo que, como a ustedes, echo en falta fuera de la jornada campestre de cada semana.

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