Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

"dignidad"

Le enseñó callado, día a día, la grandeza de una profesión donde el pecho honra al vestido, por más que te reconozcan los méritos por el uniforme que portas

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"dignidad"

Hay cosas que quisiera haber escrito y nunca pude. Una de ellas redactar un buen discurso de toma de posesión. Prometí hacerlo a un buen amigo, poner palabras a sus rectos pensamientos y a sus inteligentes ideas. Eso se llama ahora escribir por encargo y hace años "hacer de negro", aunque en este caso nada tan alejado de serlo. Porque la realidad es que me hubiera gustado ser su cronista, el narrador al descubierto de lo que oyes y ves en su persona, y eso dista mucho de convertirte en un oculto cuentista que escribe las mentiras que otro firma. Y ¿será que lo llaman negro para retrotraerte a la edad de la esclavitud? Si es así, me considero reo de su amistad porque aquí el color lo pone el afecto. Nada tan diáfano, transparente y verdadero.

Este buen amigo del que hablo es un hombre cabal que sabe rodearte con una imperceptible sensación de tranquilidad en los momentos más tensos. Algo que bien contrasta con la rapidez de reacción que requiere su profesión. Es así porque este entrañable compañero de armas es piloto de combate, de esos que, por contradictorio que parezca, como les digo, piensa con serenidad, habla con tranquilidad y actúa con celeridad. Esa misteriosa manera de ganar tiempo al tiempo, ir por delante del avión, conjugar mil cosas para hacer un vuelo coordinado, en ese que apenas notas que estas patas arriba, ese que pone el cielo a tus pies.

Sin mediar más que el ejemplo, este oficial del Arma de Aviación le dijo a su hijo mucho más de lo que le pudieron contar mil voceros o haber leído en la mayor enciclopedia jamás impresa. Le enseñó callado, día a día, la grandeza de una profesión donde el pecho honra al vestido, por más que te reconozcan los méritos por el uniforme que portas. ¡Sí! Así, por mérito y capacidad, honró el hijo al padre al seguir su profesión de servicio a España, cuando ingresó en la Academia General del Aire. Porque esto de ejercer el mismo oficio del progenitor se desea con ahínco, pero se gana con trabajo en una oposición. Nada que ver con la endogamia, ese mal que niega a los demás la recompensa por el esfuerzo hecho para dársela a los suyos gratis.

Eso que hace a los hijos seguir el oficio de los padres resulta un pecado en la milicia a los ojos de quienes la ejercen sin pudor fuera de ella. Nada saben de lo que les cuesta a los descendientes de los militares tener que demostrar frente a los compañeros de armas de sus padres que valen tanto o más que ellos, mientras que, por el contrario, quienes ofenden a los uniformados con veladas calumnias sobre la influencia de unos y la valía de los otros, se guardan muy mucho de aplicar la misma medida para los suyos. Será porque tratan, en su efímero deseo de prevalecer, de evitar que se les supere por todos los medios posible.

Este líder, campeón de la discreción, que honra con su amistad a quienes se acercan a él, es un prodigio de dignidad que sabe cómo afrontar la adversidad provenga de donde provenga. Unas veces, cuando unos confunden, en una parodia académica, el gracejo y la noble ironía con la impertinencia, la grosería y la insolencia, vicios de inmaduros imberbes mal criados. Otras, cuando quienes tienen que valorar su conducta ante tales situaciones son incapaces de percibir el valor del ejemplo al tratar con grandeza de espíritu lo sucedido para evitar males mayores.

Este hombre bueno se llama Eduardo Garvalena, como su hijo, heredero de su nombre y de su esencia, que perdió la vida el jueves pasado cuando volaba en las proximidades de la costa de San Javier. Una suprema adversidad que, de nuevo asumió con la serena dignidad de un ser excepcional cuando en la breve conversación que trata de dar consuelo a quien sufre, es capaz de retornarte el alivio para que seas tu el que no sufra. En sus propias palabras parcas, como son los sentimientos puros, te dice: "esto forma parte de la profesión de militar" para recordarte que en ello está la generosidad del soldado.

Con la convicción de Eduardo hijo está en manos del Señor y goza de la Gloria con todos los Santos, prefiero dedicar mis palabras a los que se quedan con nosotros. Unos padres que se sufren el vacío de la ausencia, ese que ni el diccionario es capaz de definir con un adjetivo, que arroparán a una viuda y unas huérfanas que, pido al Buen Dios, les llene de consuelo y de paz.

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