Tribuna

Rafael lázaro

Profesor universitario del Departamento de Historia de la UAL y exdirector del IEA

Un latido, una vida

Hay que recordarles a los tibios de conciencia, a quienes cínicamente miran para otro lado, que hoy existen múltiples procedimientos para evitar un embarazo no deseado

Un latido, una vida Un latido, una vida

Un latido, una vida

U N año más, el 18 de junio, cientos de miles de españoles que defienden el derecho a la vida saldrán a la calle en todas las ciudades de España para reivindicar un derecho inmanente al ser humano que en los últimos tiempos está siendo objeto de ultraje y persecución.

Este año, bajo el lema "un latido, una vida", se busca denunciar la muerte provocada de miles de no nacidos que desde la nefasta ley de Zapatero-Aido en 2009 permite la exclusión del más fundamental de los derechos a los más débiles enclaustrados en el vientre de su madre. Aquella ley, una más, obediente al Nuevo Orden Mundial, a la presión de grupos de la izquierda feminista radical y a partidos que buscan en la desestructuración de la familia y el culto al individualismo hedonista el modo más eficaz de control de la sociedad, debió ser abolida tras la promesa electoral del partido popular. Pero este partido, timorato y sin alma en cuestión de costumbres y moral, decidió ya hace tiempo asumir acomplejadamente todos los postulados de la izquierda maltratando a su electorado y aceptando sumiso la mayor autoridad de los grupos de presión mencionados. En esta situación nos encontramos sin que a corto plazo parezca posible la reversión de una doctrina que cierra los ojos del alma y del cuerpo al más abominable ultraje de la condición humana.

Con el aborto a conveniencia del no nacido, no sólo se comete la más terrible de las injusticias con quien no tiene capacidad para defenderse, sino que, por extensión, se sitúa al ser humano en la parte más baja de la jerarquía entre los seres vivientes. Actualmente se predica con la mayor convicción, y se protege con toda clase de leyes y disposiciones, la protección de otros seres vivos. Destruir un huevo de jilguero es considerado un grave delito, y para qué decir, si se trata de un huevo de águila, real o no. Hoy chirrian en el mayor absurdo los postulados de quienes a ultranza llegan al ridículo con planteamientos proteccionistas salidos de tono en el ámbito animalista.

Esta ofensiva a favor de todas las plantas y animales de la naturaleza no sería disparatada si por un momento ese panteísmo exigiera con el mismo rigor la protección del ser humano indefenso que espera ver la luz en el claustro materno. Pero la destrucción de un óvulo humano es considerada un acto de libertad indiscutible. Y no sólo del óvulo humano, sino de la persona humana plenamente formada en el vientre de la madre. El humanismo, la filosofía que desde siempre ha valorado al ser humano como el rey y señor de la creación, centro de toda referencia ética y científica, modelo y medida de todo progreso humano desde los antiguos griegos pasando por Cicerón y el pensamiento renacentista; el que inspiró a Miguel Angel, los grandes pensadores y artistas de todos los tiempos y los científicos que revolucionaron el conocimientos de los siglos posteriores que culminaron con el Enciclopedismo y el acelerado progreso actual, ha pasado a convertirse en un lastre para la posmoderna ética del placer y el hedonismo a toda costa.

Cuando aplastamos una cucaracha o matamos una rata, nada sufre la conciencia del hombre moderno. El no nacido tampoco parece producir un sentimiento de conmiseración en la conciencia social cuando es objeto de destrucción a veces con procedimientos cuya reproducción visual causaría espanto al más endurecido y cruel de los espectadores.

Que no hablen los demagogos de la libertad de la mujer para hacer y deshacer a su antojo de su cuerpo. La primera libertad es la de crear o no crear una nueva vida. Y quienes escogen la primera opción deben ser conscientes de ello desde el primer momento. En segundo lugar, que quede bien claro que cuando se asume el aborto de un no nacido se trata de la vida de un ser distinto de quien lo porta, no de un apéndice o un padrastro molesto. Es la vida de otra persona, científicamente demostrado, aunque los políticos demagogos nunca hablen de ello.

Por último, hay que recordarles a los tibios de conciencia, a quienes cínicamente miran para otro lado, que hoy existen múltiples procedimientos para evitar un embarazo no deseado que en modo alguno limita el legítimo derecho del placer sexual. La defensa del no nacido debe constituir hoy, por respeto a nosotros mismos, la batalla definitiva en defensa de la especie.

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