Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

La naturaleza de las cosas

La preeminencia de las ciencias sobre las humanidades es hoy manifiesta. Nada hay que decir de la necesidad del conocimiento científico en esta era de tecnología

La naturaleza de las cosas La naturaleza de las cosas

La naturaleza de las cosas

Solían ser sus palabras preferidas cuando se torcían los asuntos: "las cosas son como son y nunca de otra manera". Era su forma de decir una obviedad y que además lo pareciera. Nada tenía que ver con el poema de Tito Lucrecio Caro sobre la naturaleza de las cosas, sino algo más profano, una forma de manifestar que sabía poco de la materia en cuestión, pero que estaba cargado de razón en lo que decía, por sentido común, que es lo mismo que por intuición.

Si el filósofo romano culpaba de todos los males de la humanidad a la religión, este buen hombre con el que compartí años de trabajo de sol a sol en un despacho de la calle Montalbán de Madrid, hacía lo propio en sentido contrario. Nada era posible sin fe, porque sin creer en la existencia de algo mejor, era estúpido dedicarse a buscar algo inexistente. Con esta premisa, cuando la razón nublaba su mente con la duda, solía rezar el credo. De esa manera restablecía los puntos de partida de su comportamiento y retomaba el trabajo con ganas.

Cuento esto porque, aunque estamos en una sociedad donde la ciencia y la tecnología lo inundan todo, creo que las humanidades deberían ocupar parte del quehacer de la gente de ciencia porque crear ingenios o diseñar soluciones técnicas tiene al hombre como protagonista y usuario final. Y empleo bien el término, porque si gramaticalmente "hombre" es masculino y "humanidad" femenino, ambos abarcan a todo el género humano. Me corrija aquí Manuel Peñafiel si es menester. Es más, cuando las ciencias olvidan que el ser humano está en el trasfondo de su actividad, desaparece el individuo singular y aparece la masa informe, se acaba el contraste de pareceres y se impone la esclavitud del pensamiento único, se desvanece el libre albedrío y se fortalece la uniformidad de los autómatas, y se deja de avanzar. Si se mira en la historia, el Siglo XIX es, con toda probabilidad, además de un periodo convulso en la historia española, el punto donde ciencias y humanidades empezaron a divergir y desequilibrarse hacia el lado de la técnica. La revolución industrial modifico las reglas del juego social. Hay mucho en ese tiempo que sustenta lo dicho, pero busqué un personaje que pudiera reflejar ese momento donde todavía ciencias y humanidades andaban a la par, en apoyo mutuo: Gabriel de Ciscar y Ciscar.

Císcar fue un oficial de marina con prestigio demostrado en la mar, en el Bloqueo de Gibraltar de 1778 o el auxilio de la Escuadra francesa del almirante De Grasse en 1782, derrotada por el inglés Rodney en la Isla de los Santos. Sin embargo pasó a la historia general de España por participar en la defensa de la monarquía hispana durante la ocupación napoleónica de la Península Ibérica en 1808, la Regencia en 1811 y 1812, la redacción de la Constitución de 1812, y la nueva ocupación del territorio español por los Cien Mil hijos de San Luis en 1823.

Menos conocido es que dedicó gran parte de su vida a la enseñanza. Desde la infancia destacó como alumno de gramática y humanidades en las Escuelas Pías de su ciudad natal, Oliva (Valencia), y más tarde de filosofía en la Universidad de Valencia. Cuando después ingresó en la Real Academia de Guardias Marinas de Cartagena puso de manifiesto sus dotes de matemático. Sus conocimientos eran tan sobresalientes que su maestro en la Academia, el teólogo y matemático italiano Giancinto Ceruti, propuso, y así se aceptó, que enseñase "matemáticas sublimes", hoy serían estudios superiores en matemáticas, a los restantes alumnos. Pocos años más tarde asumió el mando de la Compañía de Guardias Marinas, algo así como la dirección de la Escuela Naval Militar hoy. Si fue buen científico por matemático, también fue buen humanista al emplear sus conocimientos en humanidades y filosofía para diseñar cómo enseñar. Atendió al fondo y la forma, a toda la naturaleza de las cosas.

La preeminencia de las ciencias sobre las humanidades es hoy manifiesta. Nada hay que decir de la necesidad del conocimiento científico en esta era de tecnología. Sin embargo, si tan difícil es recuperar las humanidades en los contenidos de la enseñanza, me decanto por dejar, al menos, que la filosofía entre en los métodos de educación. De lo contrario podríamos terminar con una sociedad convertida en una simple masa donde máquinas inteligentes podrían sustituir a los ciudadanos, ya que éstos dejaron de pensar y relacionarse como seres humanos.

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