Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

La nube de ceniza

En el fondo, es la trampa política que una nación se hace en el solitario estratégico, un error crítico que abre huecos en su defensa nacional y, por ende, en la colectiva

La nube de ceniza La nube de ceniza

La nube de ceniza

La contribución del buque de asalto anfibio "Castilla" y sus embarcaciones para con el traslado, vía marítima, de agricultores de la isla de la Palma hasta sus plantaciones, inaccesibles por tierra, muestra la capacidad logística con la que se mueve la fuerza naval, un potencial imprescindible para ser autónomos en la mar porque, a diferencia de lo que sucede en tierra, una vez fuera de puerto únicamente puedes emplear lo que llevas a bordo.

Este tipo de operaciones de apoyo está en la esencia de las Fuerzas Armadas. Un repaso a la historia inmediata permite recordar las muchas llevadas a cabo para minimizar daños en las emergencias provocadas por catástrofes naturales, en territorio nacional o fuera de él. La mano defiende también se tiende para ayudar. Es puro espíritu de servicio. Las inundaciones en el Levante peninsular en los años sesenta o en la vega del Guadalquivir en los setenta y los múltiples incendios aquí y allá estas dos últimas décadas están en los anales de las unidades militares que participaron en ellas.

La autonomía con que operan los barcos abre la posibilidad de asistir en teatros geográficos alejados donde una catástrofe natural arrasó con todo lo útil. En esos casos, se hace por llevar de todo y hacer de todo porque allí donde se va únicamente queda destrucción y necesidad. Vale recordar cómo, apoyados en esa capacidad naval, se desplegó y se llevó a cabo operaciones de ayuda humanitaria en Centroamérica en 1998 tras el huracán "Mich" o en Banda Aceh, Indonesia, tras el maremoto arrasó zonas costeras del sudeste asiático en 2004.

Con la generalización de las operaciones de paz, hace tres décadas, tras la caída del Muro de Berlín y el posterior colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, se tuvo la percepción de que la guerra, la caliente y la fría, se habían terminado. Se hablaba de "los dividendos de la paz" al más puro estilo financiero.

Las políticas de Seguridad y Defensa en Occidente tendieron a asignar a las fuerzas armadas tareas observación, intermediación y asistencia, una visión economicista, diría utilitarista, poco ajustada a los verdaderos quehaceres militares que son, por encima de todo, defender los intereses de la nación con un uso apropiado, equilibrado y real de la fuerza. En términos militares: combatir y vencer. Son muchos los analistas que hoy denuncian esa inversión de los cometidos de las fuerzas armadas en los países desarrollados para asignarles prioritariamente tareas que otras organizaciones también pueden hacer. La derivada de ello es la tendencia a diseñar ejércitos donde se anteponen tareas de apoyo a cometidos de combate. La conclusión para la opinión pública es que las fuerzas armadas son una más de una larga lista de organizaciones públicas y privadas, nacionales e internacionales, con capacidad de proveer asistencia en emergencias y crisis humanitarias.

El resultado es que, minimizada la capacidad de combatir, sometidos a esa falsa comparación, se sitúa interesadamente a los ejércitos en los últimos puestos de las asignaciones presupuestarias y en los primeros de las retenciones del gasto. En el fondo, es la trampa política que una nación se hace en el solitario estratégico, un error crítico que abre huecos en su defensa nacional y, por ende, en la colectiva.

La falta de percepción de estar amenazado o, al menos, de que están en riesgo los bienes de una nación, que son muchos, hace que se afloje la atención sobre lo pasa de puertas a afuera, se dejen de ver las señales del cambio de los tiempos y se bajan las defensas. Todo, en mor de mantener la ficción de una estabilidad social y un orden internacional que, de existir alguna vez, cambian a la velocidad con que lo hacen los medios de comunicación. Lo verdaderamente permanente es la lucha por el poder.

La erupción del volcán en la isla de la Palma puso el foco de la atención en las Islas Canarias, pero tanta ceniza parece nublar otras realidades del archipiélago que, a diferencia de la emergencia de origen natural como esta, pueden ser detonantes de crisis en manos de quienes desean litigar con España por los recursos de la zona. Dejar de prestar atención a la situación general es algo así como adoptar las posturas insensatas de los tres monos que, ante la existencia de posibles conflictos: cierran los ojos, tapan sus oídos y dejan de citarlos; como si de esa manera se desvanecieran.

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