Tribuna

José Ramón Parra

Abogado

A propósito del otoño

Disfruto viendo como el cielo se oscurece a deshoras y el día amaga con acabarse definitivamente. Las aguas del mar que tengo debajo adquieren ese tono marino Conforme declina el día y el viento limpia el cieno y disipa los rastros del otoño, el reluz poniente y arrebolado que luce encima de la Alcazaba encandila el trasiego de coches

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A propósito del otoño

Me gustar ver cómo el otoño se derrumba sobre la superficie encalada de las azoteas, haciendo que tiemblen las palmeras espigadas del parque y los liñuelos del fondo en los que cuelga la ropa tendida. Me estremece advertir cómo se deja caer a plomo sobre la superficie pulimentada de las aceras, sobre los cristales de las ventanas y la gabardina de doña Lola que deja un rastro de alcanfor Paseo abajo hasta que se pierde por el recodo de la esquina. Dios sabe dónde irá doña Lola con la cabeza recogida en el pecho, su moño montado sobre la nuca y escondiendo la sonrisa entre las solapas.

Disfruto viendo cómo el cielo se oscurece a deshoras y el día amaga con acabarse definitivamente. Las aguas del mar que tengo debajo adquieren ese tono marino intenso que asusta a la gente del interior, y el sol empuja hasta hacerse hueco por encima de los acantilados. Un haz de rayos, prensados y limpios, se filtran entre los nubarrones densos que cuelgan del cielo y de repente la luz se irisa sobre las brumas de unas olas que se ceban inútilmente contra la orilla.

Conforme declina el día y el viento limpia el cielo y disipa los rastros del otoño, el reluz poniente y arrebolado que luce encima de la Alcazaba encandila el trasiego de coches que envuelve la rotonda y la caravana de jóvenes que se aprietan contra los árboles de las Almadrabillas, al amparo de la mole de herrumbre del Cable Inglés. La ciudad está en vilo, como una garganta tras haber gritado. Esperando la calma.

Paraguas a destiempo, la calle humedecida a rodales, la superficie rizada de los charcos en los que se reflejan las farolas ya prendidas, y los alcorques desbordados de agua embarrada… Poco más queda ya cuando la noche cae definitivamente sobre la ciudad que duerme.

Pero nosotros estamos sentados en taburetes altos delante de una botella de vino, con dos copas altas de cristal muy fino apoyadas sobre unos posavasos con detalles chinescos, y él me confirma que la agresividad del otoño que le describo trae riqueza a Almería. El frío, la nieve, el viento, cierra los mercados europeos y abre la provincia al mundo. Pone en valor nuestra producción, suben los precios de las hortalizas, se incrementa el transporte, el trabajo directo y los servicios indirectos. Y así todos ganamos. Yo, con el otoño que tengo pegado en la mirada, y él, con la campaña recién comenzada que colapsa su teléfono móvil.

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