Tribuna

Javier Ángel Soriano

Coronel en la reserva

La silla de Weyler

La silla de Weyle La silla de  Weyle

La silla de Weyle

Frederic Remington, que llegó a ser un reconocido pintor, escritor y escultor en Estados Unidos, fue el ilustrador que el periódico estadounidense "The New York Journal" envió a La Habana durante la guerra de Cuba (1895-98). En enero de 1897, Remington caligrafió al director de su periódico, William Randolph Hearst, comunicándole que volvía a Estados Unidos ya que las hostilidades contra España parecían haber remitido y allí no había nada que hacer. Recibió como contestación un telegrama que decía escuetamente: "Por favor, quédese. Usted proporcione las imágenes. Yo pondré la guerra. W. R. Hearst". Efectivamente, la guerra de Cuba se denominó popularmente en Estados Unidos "the Hearst's war" y pocas dudas hay de que se fraguó en las oficinas del Journal.

Hearst, el hombre que llegó a acumular el mayor imperio informativo de la historia, en su batalla periodística con Joseph Pulitzer, director del "New York World", dio origen a lo que se ha llamado "periodismo amarillo", un tipo de periodismo que presenta noticias con titulares llamativos, escandalosos o exagerados para tratar de aumentar sus ventas, aunque por lo general estas noticias no estén contrastadas. Este periódico empezó a publicar pruebas de la "crueldad" de la "dominación" española en Cuba, a base muchas veces de fotografías trucadas. No menos de 400.000 nativos, según el rotativo, habían muerto por el hambre y las enfermedades "ante la pasividad de los españoles". El Gobernador y Capitán General de Cuba, el General Weyler, se convirtió en el blanco de sus ataques, apodándolo "el carnicero".

Weyler había asumido el mando en Cuba el 10 de febrero de 1896, relevando al General Martínez Campos, a quien los mambises le ganaron la partida al actuar sin ningún escrúpulo dentro de lo que ellos calificaron de guerra total, quemando cosechas y granjas a su paso, robando o sacrificando animales, reclutando a los campesinos o asesinándolos si se negaban y dejando a las mujeres y niños abandonados a su suerte, con el objetivo de despojarlos de sus propiedades y obligarles a luchar junto a ellos y no buscar el amparo de los soldados españoles.

Martínez Campos tenía claro que para vencer debía ser igual o más cruel que los mambises, pero incapaz de ello, solicitó al Presidente del Gobierno (Cánovas) su relevo del mando y le propuso a Weyler para sustituirle, un militar duro para una situación extrema.

Este había intervenido anteriormente en Cuba en la Guerra de los 10 años (1868-78), donde destacó al frente de los Voluntarios de Valmaseda, los precursores del Tercio de Extranjeros de Millán-Astray. Su prestigio militar no era cuestionado por nadie y sus hombres le seguían ciegamente. Weyler aplicó una nueva estrategia para revertir la situación militar, consistente en el reagrupamiento de los habitantes en los poblados que pudieran defenderse, con el fin de evitar su ayuda a los mambises, siendo considerados enemigos aquellos que se negaran. Es lo que décadas después aplicarían los estadounidenses en Vietnam bajo el nombre de "zonas de fuego libre". Se marcó un plazo de 2 años para concluir la guerra. Estando ya dominada la insurrección en las provincias occidentales, y cuando se proponía conseguir lo mismo en el resto de la Isla, se produjo su cese como consecuencia del asesinato de Cánovas del Castillo en agosto de 1897 y la llegada de Mateo Sagasta a la jefatura del Gobierno en octubre de ese año, quien lo relevó por el General Blanco, en respuesta a las presiones de la prensa amarilla internacional e incluso nacional, abriendo con ello una etapa pactista y entreguista. El resultado lo conocemos: la insurrección adquirió nuevo desarrollo, sobrevino la guerra con los Estados Unidos y el desastre. Weyler regresó de Cuba trayéndose como trofeo de guerra diversos objetos de Antonio Maceo, uno de los líderes mambises que murió en combate contra nuestro Ejército en diciembre de 1896. Entre estos objetos, la silla que utilizó Maceo, hecha con un tronco de palmera. En 1931, sus herederos la cedieron al Ayuntamiento de Palma. Esta es la silla con la que nuestro Presidente, en su reciente viaje a Cuba y en un gesto "de amistad y hermandad del pueblo español", ha obsequiado al Gobierno cubano en préstamo temporal renovable. Una silla que se ganó en el campo de batalla, donde Maceo y sus mambises nunca pudieron vencer al que es uno de los grandes Generales que ha tenido nuestro Ejército, el Laureado y Caballero de la Orden del Toisón de Oro Valeriano Weyler Nicolau.

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