Tribuna

Javier Pery Paredes

Almirante retirado

Los verdaderos náufragos

Las cosas pueden ser diferentes a lo que parecen y las razones que echan a la mar a seres humanos, sin la más mínima seguridad, pueden muta

Los verdaderos náufragos Los verdaderos náufragos

Los verdaderos náufragos

La presencia de buques de la Armada en el Océano Indico supera los veinte años. La participación combinada en la operación "Libertad Duradera" contra el terrorismo internacional en 2001, dio paso en 2008 a la marítima europea "Atalanta" para preservar la libertad de los mares frente a la piratería. Primero lo fue en la cuenca de Somalia y después en todo el Océano, desde Madagascar hasta el estrecho de Bab-el-Mandeb, la puerta del infierno, nunca mejor denominado. Una angostura que, para la gente de tierra, separa la costa africana de la península arábiga, o que une el Mar Rojo con el Golfo de Adén para los navegantes. Allí, todo peligro es posible. Unas veces por el vacío de asistencia amiga frente a cualquier adversidad y otras por la fatalidad de caer en manos de escurridizos piratas.

Nada debe extrañar a un español que allí se haga todo lo posible por mantener la libertad de los mares, un concepto tan hispano, nacido en el siglo XVI en la mente Francisco de Vitoria, desarrollado por la Escuela de Salamanca y difundido internacionalmente por un neerlandés, Hugo Grocio, que reconoció que la idea era del dominico burgalés. Sin embargo, como en otras cosas, parece que lo único que interesa de la historia aquí es lo escrito en inglés, y se difumina que el mundo se hizo global con el Descubrimiento del Nuevo Mundo, la Circunnavegación de Magallanes y Elcano y el Tornaviaje del agustino Urdaneta, todo bajo el impulso de la Monarquía española.

De vuelta a los comienzos de este siglo, al Golfo de Adén, a la presencia española por aquellos lugares y al hilo de la actualidad, vale la pena recordar una de las actuaciones que, de forma colateral, a las operaciones navales, se llevaron a cabo en estas mismas fechas, hace dieciocho años. Fue el rescate de los desafortunados náufragos de una embarcación a la deriva, la "Duareé" para unos y la "Dinar" para otros, y que resultaron ser, de hecho, supervivientes de un ancestral y degradante transporte de esclavos.

El punto de partida fue el avistamiento por un avión de patrulla marítima francés de la Aeronavale con base en Yibuti, en días sucesivos, de la pequeña embarcación a la deriva, sobrecargada de personas. Sin desatender la principal tarea de la agrupación, el Comandante de la fuerza naval formada por buques alemanes, españoles y franceses e implicada en la operación, Juan Antonio "Juanín" Moreno, Capitán de Navío español, ascendido temporalmente

a contralmirante, señor en la mar desde la cuna, decidió asistir a lo que sin duda era una situación humanitaria incluida en el Convenio Internacional para la Seguridad de la Vida Humana en la Mar. La faena se la encargó al buque de aprovisionamiento de combate "Patiño" que, después de rescatar a noventa y cinco personas, las atendió sanitariamente, les proporcionó medios de higiene, vestuario y alimentación y, entre gritos júbilo de los rescatados, hundió al cañón la embarcación donde estuvieron hacinados, maltratados y sometidos por media docena de tratantes de esclavos.

Sí, lo que era una obligación impuesta por el más elemental sentido de humanidad, bien presente en la gente marinera, se convirtió en el deber irrenunciable de un buque de guerra. Al conocer por los rescatados la desaparición en la mar de otro ciento de personas a manos de los traficantes, refrendó con hechos la adhesión de España a la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y puso inmediatamente ante la justicia a quienes esclavizaban a los náufragos y, como dice la ley, dejó libres, ipso facto, a los inocentes. Hubo que discriminar entre los verdaderos náufragos a los traficantes que se emboscaban entre ellos.

Las cosas pueden ser diferentes a lo que parecen y las razones que echan a la mar a seres humanos, sin la más mínima seguridad, pueden mutar. Ayer, con la distancia, los náufragos eran refugiados y los traficantes, inexplicablemente, considerados sólo delincuentes contra el derecho de los trabajadores, en lugar de esclavistas. Hoy, con la cercanía y el interés mediático, la percepción del fenómeno de la inmigración cambió, se simplificó y se generalizó. Todos se volvieron inmigrantes ilegales. Sin embargo, como sucedió entonces, conviene discriminar a quienes abandonan una tierra de desesperación por otra prometida de quienes asaltan en grupo la costa de enfrente para hacerse con lo ajeno. Todo para evitar sorpresas.

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