Tribuna

Ángel López Moya

Los viajes de Colon después de muerto

La fama concede muchos privilegios a quien la tiene, pero también algunos inconvenientes y uno de ellos es el trasiego de sus huesos de un sitio para otro

Los viajes de Colon después de muerto

Los viajes de Colon después de muerto

Un año más celebramos la gesta del descubrimiento de América con la alegría de unos y el pesar de aquellos, que cada año, reinventan la leyenda negra sobre la actuación de España en el Nuevo Continente. Trato con mi torpe pluma, desde que inicié mis artículos en este periódico, de difundir y resaltar (a veces con anécdotas, otras con curiosidades, pero siempre con rigor histórico) el arte, la historia y las costumbres de nuestra tierra, como núcleo central y como parte integrante de nuestra querida España. Hoy, con motivo de la celebración del 531 aniversario del descubrimiento de América por Cristóbal Colón, quiero hablar, sin pretensiones, con modestia, del Almirante Colón. Como punto de partida he elegido el monumento a Colón y su relación con la ciudad de Valladolid. No se asusten porque no les voy a hablar de los conocidos cuatro viajes de Colón a América. En cambio sí contaré los viajes de Colón, pero después de muerto. También fueron cuatro, aunque sospecho que son menos conocidos.

A finales del siglo XIX el escultor sevillano Antonio Susillo, después de haber ganado un concurso de proyectos, recibió la orden de realizar un monumento conmemorativo del descubrimiento de América, para ubicarlo en La Habana; sin embargo mientras se construía éste, se perdió Cuba. Entre las ciudades que aspiraban a colocar el monumento en su suelo estaban Sevilla y Valladolid. En 1901 tras una magnífica campaña llevada a cabo por los pucelanos ante el gobierno de Azcárraga, solicitando el monumento y justificando esta petición con el hecho de que Colón había muerto en Valladolid el 20 de mayo de 1506, la Reina concedió la petición. Una vez concedido el monumento de Susillo a esta ciudad, llegó el momento de elegir su emplazamiento. Tras una encuesta realizada por el periódico El Norte de Castilla, salió elegida la zona que había al final del Campo Grande. El 15 de septiembre de 1903 el Rey Alfonso XIII acompañado por el alcalde de la ciudad Sr. Queipo de Llano, colocó la primera piedra. El 14 de septiembre de 1905 el alcalde quitó los paños que cubrían las estatuas, quedando a la vista el impresionante monumento. El monumento de forma piramidal hay que verlo con detenimiento. En la parte superior sobre la proa de un pequeño barco, rodilla en tierra, está Colón. Detrás una mujer con la cruz y los ojos vendados representa la fe. Esta barca está sobre un globo terráqueo en piedra circundado por una banda en la que se lee “NON PLUS ULTRA”, pero un león, símbolo de Castilla, ha arrancado la palabra NON. Hay más símbolos en el monumento que no voy a detallar. Como decía al principio Colón murió en Valladolid el 20 de mayo de 1506, otorgando testamento a su hijo Diego y en caso de morir éste a su hijo natural Fernando y luego a su hermano Bartolomé. Su muerte fue tranquila, sosegada y lo hizo con un breviario en la mano regalo del Papa Alejandro VI, después de recibir los sacramentos. En su testamento había dispuesto que sus restos fuesen enterrados en la Catedral de Santo Domingo. Su casa de Valladolid está perfectamente identificada en la calle Ancha de la Magdalena nº 2. Sus restos mortales fueron depositados en el convento de San Francisco, hoy desaparecido, que estuvo ubicado en el centro de la ciudad frente al Ayuntamiento. Tres años después, según su hijo Diego, o en 1513 según otras fuentes, sus restos fueron trasladados a la Cartuja de Santa María de las Cuevas en Sevilla. Acababa de realizar su primer viaje.

En fecha incierta, aunque según las crónicas del convento fue en 1536, sus restos fueron trasladados a la isla de La Española, dando así cumplimiento a su testamento. Era su segundo viaje. Sin embargo en 1795, por el tratado de Basilea, esta isla pasó a poder de Francia. El Teniente General Gabriel Aristizábal organizó el traslado de los restos del Almirante, haciéndolo a bordo del navío San Lorenzo que entró en el puerto de La Habana el 15 de enero de 1796. Sus restos quedaron depositados en un nicho en el presbiterio de la catedral. Fue su tercer viaje. En 1898 se perdió Cuba y se ordenó que sus restos volviesen a Sevilla y lo hizo a bordo de del yate Giralda fondeando en Sevilla el 19 de enero de 1899. La urna que contenía sus restos fue entregada al duque de Veragua, descendiente de Colón y este la entregó al alcalde de Sevilla, quien la trasladó con toda solemnidad a la catedral. Fue su cuarto y último viaje.

La historia podría terminar aquí, sin embargo en 1877 en una sospechosa excavación realizada en la Catedral de Santo Domingo encontraron unos restos con inscripciones, burdamente falsificadas, inventando la tesis de que los restos que se mandaron a Cuba no eran los de Colón, sino que hubo un error y se mandaron otros y que por tanto los restos del Almirante permanecen en Santo Domingo. La Real Academia de la Historia en 1879 demostró documentalmente y de forma contundente que los restos de Colón están en la Catedral de Sevilla. Descanse en paz. La fama concede muchos privilegios a quien la tiene, pero también algunos inconvenientes y uno de ellos es el trasiego de sus huesos de un sitio para otro. En España sabemos bastante de eso, como hemos podido comprobar con las últimas exhumaciones de Franco y Queipo de Llano.

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